El sábado 7 de diciembre de 2024 a las nueve de la noche, la parroquia de Santa María la Mayor, en Alcalá de Henares, acogió la celebración de la Vigilia de la Inmaculada.
Estuvo presidida por Mons. Antonio Prieto Lucena, obispo de Alcalá, y a ella acudieron sacerdotes que desarrollan su tarea pastoral en la ciudad de Alcalá. En otras vicarías y arciprestazgos también se celebraron vigilias.
En la Vigilia se contemplaron los misterios del Santo Rosario, se leyó el Evangelio y el obispo complutense pronunció una homilía que se puede leer a continuación.
Homilía del obispo de Alcalá en la Vigilia de la Inmaculada Concepción
7 de diciembre de 2024
Queridos hermanos sacerdotes y hermanos todos:
El relato de la Anunciación, que acabamos de escuchar, es una de las páginas más hermosas del Evangelio. El ángel llama a María “llena de gracia”. Ella es la Inmaculada, concebida sin pecado original. Ella es la redimida preventivamente, la Purísima, la toda hermosa, en la que no hay defecto ni mancha. María es la mujer sobre la que el pecado no ha tenido ningún poder. Es el modelo en que tenemos que fijarnos, ya que también nosotros, en Cristo, estamos llamados a ser santos e inmaculados por el amor.
En el relato de la Anunciación, al Papa Benedicto XVI le llamaba la atención especialmente el saludo del ángel: “Alégrate, María”. Alégrate – que en griego se dice “Kaire” – era el saludo habitual en el mundo griego, no en el mundo judío, en el que los hebreos se saludaban diciendo: “shalom”, “la paz sea contigo”. En este detalle, el Papa Benedicto veía una alusión a la salvación universal, una salvación en Cristo que no es solo para los judíos, sino para todas las naciones (cfr. Benedicto XVI, Discurso 8-XII-2005).
Pero el saludo “alégrate” también tiene su fundamento en el Antiguo Testamento, concretamente en el profeta Sofonías, que dice al pueblo de Israel: “alégrate, hija de Sión, porque el Señor está contigo y viene a morar dentro de ti” (Sof 3,14). El profeta contempla a Israel como morada de Dios. En el relato de la Anunciación se cumple esta profecía: María es ahora la hija de Sión, la morada de Dios entre los hombres. Se comprende entonces el saludo del ángel: “alégrate”. “Alégrate” es la primera palabra del Nuevo Testamento, que es realmente “evangelio”, buena noticia. La Anunciación nos trae la buena noticia de que Dios no está lejos de nosotros, está tan cerca que se hace niño, para manifestar su proximidad y la ternura de su amor.
Nosotros estamos acostumbrados a esta buena noticia, pero en el mundo griego no era para nada claro que existiera un Dios bueno. Existían diferentes deidades, que se confrontaban entre sí, de manera que no se podía saber cómo salvarse. Era un mundo en el que predominaba el miedo, como ocurre en nuestra sociedad. Nuestra sociedad materialista está queriendo quitar a Dios del horizonte. Vivimos como si Dios no existiera, y una sociedad en la que no hay Dios es una “sociedad del miedo”. Ante tantas incertidumbres por el futuro, muchas personas se preguntan: ¿merece la pena vivir? Nuestra vida está continuamente amenazada por el fracaso, la soledad, las enfermedades y por el sufrimiento. Ante todas estas desgracias: ¿podemos decir que vivir sea realmente algo bueno? Ante una existencia tan insegura, muchas personas recurren a anestésicos para poder vivir. La realidad es demasiado amenazante, por eso tratamos de evadirnos recurriendo al placer o determinadas sustancias y adicciones, que nos permitan – al menos por un tiempo – huir de la realidad.
Una vida concebida de este modo es una vida sin esperanza, por eso el Papa Francisco nos ha convocado a un Jubileo sobre la esperanza, que comenzará en nuestra diócesis el próximo día 29 de diciembre, precisamente en esta Parroquia de Santa María. A las 17 horas tendremos la acogida, para comenzar una peregrinación hasta la Catedral Magistral, donde celebraremos la Eucaristía de apertura del Jubileo. Invito a todas las parroquias y comunidades cristianas, delegaciones, asociaciones, movimientos, hermandades y personas de buena voluntad a unirse a este acto de apertura del año jubilar. Pidamos al Señor que sea una ocasión para expresar nuestra comunión, para celebrar a Jesucristo, como fuente de esperanza, y para anunciar esta esperanza a un mundo sumergido muchas veces en el sinsentido y en la desesperación.
La alegría de la encarnación de Jesucristo no es para guardarla egoístamente, debemos compartirla siempre. Tras conocer esta alegría, María corrió enseguida a casa de Isabel, convirtiéndose para ella en fuente de alegría. Elevada al cielo en cuerpo y alma, María distribuye continuamente la alegría en nuestro mundo.
Ella es “causa de nuestra alegría”, mediadora de la paz, de la confianza y de la bondad de Dios. La alegría es el mejor regalo de Navidad. En Navidad buscamos hacernos regalos, que muchas veces son caros y sofisticados. Pensemos si en esta Navidad pudiéramos regalarnos alegría, que se comunica de un modo muy sencillo y muy barato: a través de una sonrisa, de una palabra de ánimo, a través del servicio a los más necesitados, y a través del perdón de nuestros enemigos. Podemos estar seguros de que, si damos alegría, recibiremos alegría. La alegría donada volverá a nosotros centuplicada.
“¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Ante el anuncio del ángel, María quiere saber cómo se realizará en concreto el plan de Dios. El ángel le contesta: “No temas, María”. Realmente, María tenía motivos para temer. Convertirse en la Madre de Dios era como llevar todo el peso del mundo, un peso que superaba sus fuerzas. Por eso el ángel le dice: “No temas”, que es como decirle: “Tú llevas a Dios, pero Dios te lleva a ti”. Está palabra del ángel acompañará a María durante toda su vida. Cuando Simeón le dijo que una espada atravesaría su alma, cuando oía decir a la gente que su hijo era un loco, cuando estaba al pie de la cruz y todo parecía acabado. En todos esos momentos María escuchaba continuamente: “No temas, tú llevas a Dios, pero Dios te lleva a ti”.
María aceptó el plan de Dios con todo su ser: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María supo entrar en la voluntad de Dios, puso toda su existencia en las manos de Dios, y así abrió para Dios las puertas del mundo. A nosotros también nos cuesta decir que sí al plan de Dios. Quizá esta misma noche Dios nos está pidiendo algo, o está permitiendo algo en nuestra vida, que nos cuesta aceptar. Sentimos la tentación de preferir nuestra pequeña voluntad a la gran voluntad de Dios. Muchas veces, los caminos de Dios no son nuestros caminos, pero hemos de reconocer que son los mejores caminos. La voluntad de Dios no es una carga, no es un peso insoportable. Jesús nos dijo que su yugo era suave y carga era ligera, porque él la lleva con nosotros. El plan de Dios no es una mochila cargada de piedras, son unas alas que nos permiten volar más alto y más lejos de nuestros pequeños proyectos egoístas.
Abracémonos a la voluntad de Dios, digamos “sí” a Dios como María. De ese modo le abriremos las puertas de nuestro corazón y nos visitará la alegría. Se cuenta que Haendel, el gran compositor, viviendo en Londres, pasó por un periodo de profunda depresión. Era incapaz de componer una sola nota. Salió a la calle aplastado por la desesperación y, al pasar cerca de una casa, oyó una voz de soprano que le sobrecogió. Se trataba de una canción judía, que hablaba de un Mesías que vendría al mundo para llenarlo de luz, de vida y de sentido. La canción fue inspiradora, inmediatamente Haendel regresó a su pequeño apartamento y, en poco más de un mes, compuso su famoso oratorio “El Mesías”, una de las obras maestras de la música clásica. La parte de “El Mesías” que exige más esfuerzo y virtuosismo del coro y la orquesta es la última palabra, la palabra “amén”. Decirle “amén” a Dios, aceptar su voluntad, exige esfuerzo y virtuosismo, pero es la manera de culminar la obra maestra que quiere realizar en nosotros. Pidamos a María Inmaculada que nos enseñe a aceptar los planes de Dios en nuestra vida, que, como ella, también nosotros podamos decir: “hágase en mí según tu palabra”. Que así sea.