“(…) queridos amigos, elevemos al Señor un himno de acción de gracias y de alabanza por la vida consagrada. Si no existiera, el mundo sería mucho más pobre. Más allá de valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente porque es signo de gratuidad y de amor, tanto más en una sociedad que corre el riesgo de ahogarse en el torbellino de lo efímero y lo útil (cf. Vita consecrata, 105). La vida consagrada, en cambio, testimonia la sobreabundancia de amor que impulsa a “perder” la propia vida, como respuesta a la sobreabundancia de amor del Señor, que “perdió” su vida por nosotros primero. En este momento pienso en las personas consagradas que sienten el peso de la fatiga diaria, con escasas gratificaciones humanas; pienso en los religiosos y las religiosas de edad avanzada, en los enfermos, en quienes pasan por un momento difícil en su apostolado… Ninguno de ellos es inútil, porque el Señor los asocia al “trono de la gracia”. Al contrario, son un don precioso para la Iglesia y para el mundo, sediento de Dios y de su Palabra.” (Homilía en la Celebración de Vísperas en la Fiesta de la Presentación del Señor y de la XIV Jornada de la vida consagrada. 02-02-2010. Benedicto XVI)