Cristo ha resucitado. Este es el fundamento de nuestra vida cristiana. Así lo expresa con contundencia el Apóstol Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe” (1Co 15,14). “Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad” (1Co 15,19). Sin la Resurrección, los cristianos seríamos los seguidores de un difunto, que nos dejó como herencia un hermoso ejemplo y un novedoso mensaje. Pero, no es así. Cristo está vivo en la Eucaristía (cf. Jn 6,51), está presente cuando dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20) y estará siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20).
Si Jesucristo está vivo, podemos tener experiencia de él. Podemos tener con él un encuentro, que cambie nuestra vida. Es lo que le sucedió a Manuel García Morente, catedrático de Ética en la Universidad Central de Madrid y decano de la Facultad de Filosofía. Sucedió en la noche del 29 al 30 de abril de 1937. El testimonio de lo ocurrido, conocido como el “Hecho extraordinario”, se supo después de su muerte. Se encontró en unas cuartillas dirigidas a D. José María García Lahiguera, que era su director espiritual.
García Morente relata que estaba escuchando música clásica y se quedó dormido. Cuando despertó sintió la necesidad de rezar, para entrar en contacto con Cristo, que, con su encarnación, ha vencido la distancia que separaba al hombre de Dios. En ese momento, tuvo lugar el encuentro con el Resucitado, que García Morente relata de este modo: “En le relojito de pared sonaron las doce de la noche. La noche estaba serena y muy clara. En mi alma reinaba una paz extraordinaria (…). Me puse de pie todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, no lo oía, yo no lo tocaba, pero Él estaba allí (…). Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada, no tenía la menor sensación, pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía. Percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo, y las letras, negro sobre blanco, que estoy trazando, pero no tenía ninguna sensación ni en la vista ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente con entera claridad, y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensación”.
La experiencia de García Morente muestra bien que la Resurrección de Jesucristo es un hecho histórico, al que solo se accede por la fe. Nadie lo vio resucitar. Es cierto que se encontró el sepulcro vacío, pero el cuerpo pudo haber sido robado. Los Evangelios narran un buen número de apariciones del Resucitado, pero podría tratarse de un fenómeno de histeria colectiva. Si acudimos a las fuentes extrabíblicas, encontramos a historiadores no cristianos, como Tácito, Suetonio o Plinio, que hacen referencia a la muerte de Jesús, pero no a su Resurrección. ¿Cómo saber que la Resurrección es verdad? La única prueba es la fe de los Apóstoles. Una fe tenaz, a prueba de martirio. Una fe que se ha transmitido a lo largo de más de dos mil años, dejando en la historia una multitud de testimonios de conversión, de vocación, de fidelidad y de fe en medio de la enfermedad y el sufrimiento.
Jesucristo está vivo y también quiere cambiar tu vida. También tu vida puede ser un testimonio fehaciente de la Resurrección. Es hermoso el testimonio de San Pablo, en el que afirma que Cristo resucitado primero se apareció a Cefas y más tarde a los Doce, después se apareció a más de quinientos hermanos, a Santiago, a todos los apóstoles, y, por último, se le apareció a él como a un aborto (cf. 1Co 15,5-8). Como vemos, Cristo no quiere dejar a nadie sin que tenga experiencia de la Resurrección. Esta experiencia también es para nosotros. Es la experiencia de la victoria del amor sobre el odio, y de la vida sobre la muerte. San Ignacio de Loyola dice que el oficio del Resucitado es consolar a sus amigos (Cf. Ejercicios Espirituales, n. 224). Este nuevo tiempo de Pascua, que inauguramos, es fuente de paz y consuelo para la Iglesia y para todo el mundo. No dejemos caer esta gracia en saco roto: “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba (…) aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2).
+ Antonio Prieto Lucena
Obispo complutense