La delegación diocesana de infancia y juventud organizó entre los días 7 y 26 de julio de 2024 un viaje misionero a Perú. En él participaron quince jóvenes que estuvieron acompañados por los sacerdotes Samuel Galán Fernández, subdelegado de juventud, y Nicolas Jesús Rivero, presbítero de la diócesis de Córdoba destinado en la parroquia del Virgen del Perpetuo Socorro, en Picota, que pertenece a la Prelatura de Moyobamba. A esta parroquia peruana pertenecen unas 120 capillas de poblaciones muy pequeñas y pobres.
Samuel Galán explica que estuvieron durante «cinco días en la parroquia de Santo Tomás de Nuevo Loreto, perteneciente al Vicariato Apostólico de Requena a cargo de Mons. Alejandro Adolfo Wiesse, siendo un territorio de 90.000 km cuadrados que cuenta apenas con cuatro sacerdotes. Este pueblecito se encuentra dentro de la selva y cuenta con una población parroquial muy viva que nos dio alojamiento. En esta parroquia inauguramos un Sagrario, de modo que fue una visita importante. Desde ahí, también tuvimos la oportunidad de visitar otros pueblos pequeños ubicados dentro de dicha selva, como por ejemplo Nuevo Chachapoyas, Nueva Bagua, El Mirador, etc».
El propósito de la misión era visitar todas estas pequeñas poblaciones, tanto a las familias como las escuelas. El grupo de misioneros visitó localidades como San Cristóbal, Trujillo, Nuevo Porvenir, Flor de Oriente o Nuevo Chimbote.
«Lo hizo con tanto fervor, que me di cuenta de que el Espíritu Santo estaba hablando a través de ella»
«En Nuevo Loreto, una tarde fuimos a visitar a los enfermos a sus casas. En una de las casas vivía una familia. El padre era católico pero había abandonado su servicio de catequista en la Iglesia, y ella pertenecía una secta cristiana llamada ‘los nazarenos’. Ella había sufrido un ictus que le dejó como secuela una hemiplejia. Antes de iniciar la visita, juntos habíamos invocado al Espíritu Santo. María Pilar Espina Arrellano, una farmacéutica adulta que nos acompañó en la misión desde Alcalá, comenzó a hablar con esta mujer. Le dio testimonio acerca de su matrimonio y la enfermedad y fallecimiento de su esposo. A raíz de ello, le habló de la importancia del Rosario, la Eucaristía, la presencia de Jesús en el Santísimo. Lo hizo con tanto fervor, que me di cuenta de que el Espíritu Santo estaba hablando a través de ella«, indica el subdelegado diocesano de juventud.
«Lo que pasó en Perú no puede quedarse en Perú. Los caminos del Señor siempre son perfectos»
En los planes de verano de Isabel no entraba la misión a Perú. «La misión no estaba en mis planes de verano, ni siquiera lo valoraba como opción, pero hay veces que el Señor te da las señales perfectas para hacerte ver por qué camino debes ir. Llegué a Perú sin saber qué encontraría y sin saber si yo podría dar algo realmente útil de mí y la realidad es que si tuviera que definir la misión en una palabra sería ‘sencillez’. Muchas veces salimos a otros países pensando que vamos a hacer algo muy complejo, que vamos a construir casas, un hospital o a cambiar la vida a alguien y qué error es creer eso. Seguramente he aprendido yo más de cada una de las personas que he conocido que todo lo que yo haya podido dejar allí. Hemos vivido el significado de generosidad, de entrega, de comunidad, de tratar al prójimo como hermano. Y es que no damos la suficiente importancia a estar al cien por cien en nuestro día a día, dando todo de nosotros, sacando todos los dones que Dios nos ha regalado y es por esto que lo que pasó en Perú no puede quedarse en Perú. Los caminos del Señor siempre son perfectos», explica esta joven misionera.
«La libertad que se gana haciendo sacrificios, en muchos momentos en los que en mi casa me habría dejado llevar por la pereza, allí en Perú me olvidaba de ella y servía con todo mi ser»
Moisés es un recién graduado en Economía y Negocios Internacionales que también viajó en julio de 2024 a Perú en la misión organizada por la delegación de infancia y juventud de la diócesis complutense. Expone que «no hemos hecho nada muy heroico, pero sí hemos acercado a Cristo tanto con nuestra palabra como con nuestra presencia y nuestra actitud. Creo que la gente de allí se ha sentido valorada y dignificada por ir a visitarlos, cuando esto no es lo común en los pueblos a los que íbamos debido a la dificultad de los transportes y a la despoblación».
Este joven de 21 años de la parroquia Santo Tomás de Villanueva, en el barrio de Espartales, en Alcalá de Henares, expresa que «lo mejor de la misión ha sido compartir con la gente todos los momentos que hemos pasado, he disfrutado mucho haciendo juegos, canciones y dinámicas con la gente de Perú, pese a que parezca que es cosa de niños. También he tenido mis momentos de cansancio y egoísmo pero al final la paz ha reinado. Una de las cosas que me llevo de Perú es la libertad que se gana haciendo sacrificios, en muchos momentos en los que en mi casa me habría dejado llevar por la pereza, allí en Perú me olvidaba de ella y servía con todo mi ser».
«A pesar de todas las diferencias que tenemos, nos une lo más importante, la fe en Jesucristo»
María es otra de las misioneras que ha ido este verano a Perú. En 2019 tuvo la oportunidad de poder participar en la misión llevada a cabo por las Servidoras del Evangelio de la Misericordia de Dios en San Juan de Lurigancho (Lima). Indica que «allí fui consciente de la falta que tiene el mundo del amor de Dios y de cómo nosotros podemos ser instrumentos para saciar esta necesidad. Precisamente por eso, cuando se presentó la oportunidad de volver a vivir una experiencia misionera, sentí una gran alegría».
Esta joven enfermera de 25 años que colabora en la parroquia de San Juan de Ávila, de Guadalajara, y con la pastoral penitenciaria en el centro de Alcalá-Meco cuenta que «cada día visitábamos dos o tres pueblos, donde hacíamos dinámicas, juegos con los niños de la escuela, acompañábamos a los sacerdotes a impartir los sacramentos, celebrábamos la Santa Misa…, en definitiva, compartíamos la alegría de ser hijos de Dios«.
Recuerda que los primeros días de misión «me daba cuenta de la gracia que tenemos de pertenecer a esta gran familia que somos los que formamos la Iglesia. Siempre está presente, en cualquier lugar del mundo; en la parroquia de tu ciudad, en el pueblo más vaciado de España, en un hospital, en un centro penitenciario, en Lima, en un establo de una aldea de Perú… Me sorprendía al darme cuenta de una forma tan clara cómo, a pesar de todas las diferencias que tenemos, nos une lo más importante, la fe en Jesucristo».
Fueron varias las vivencias experimentadas por María en estas tres semanas en Perú. En mitad de la misión fueron a un pueblo llamado Nueva Loreto. Este municipio se encontraba en plena Amazonía peruana. «Ver cómo viven la fe hermanos que apenas tienen Eucaristía una vez cada tres meses me parecía impresionante. Tuve una conversación con Antonio, un señor que era animador y vivía en el pueblo. Mientras íbamos hacia una aldea comenzamos a hablar sobre cómo vivían ellos la fe, sobre cómo Jesús había actuado en su vida y la alegría de que los misioneros estuviéramos en su pueblo. Él nos dijo que nos conocíamos desde hacía dos días pero que antes de que nos conociéramos ya éramos parte de la misma familia unida en Cristo. Él había estado rezando durante mucho tiempo para que fueran misioneros a su tierra y lo que estaba viviendo esos días para él era una respuesta de su oración a Dios», rememora.
«He descubierto que los tiempos del Señor son perfectos y que nuestros planes no son nada en comparación con los suyos»
Álex es otro de los jóvenes que ha vivido esta experiencia misionera de tres semanas en la selva peruana. Hace un año, en la Jornada Mundial de la Juventud 2023 celebrada en Lisboa sintió una llamada «a entregarme a los demás y a vivir en comunidad junto a mis hermanos y hermanas». Recuerda que en esta misión en julio de 2024 en Perú su día a día era «madrugar, rezar laudes todos juntos, desayunar y ponernos en camino a uno de los 125 pueblos encomendados al Padre Nicolás dentro de la prelatura de Picota. Una vez llegábamos a los diferentes pueblos lo primero que hacíamos era invitar al pueblo a la Misa casa por casa y en caso de que hubiese algún enfermo rezábamos por él.
Este joven fue con su novia Miriam y explica que «fue un regalo inesperado dar testimonio con ella sobre lo que es un noviazgo católico a los jóvenes de aquellos pueblos. Explicar a aquellos jóvenes que era posible vivir un noviazgo en castidad con el Señor en el centro y que está entregado a los demás fue una experiencia muy enriquecedora tanto para ellos como para nosotros. He descubierto que los tiempos del Señor son perfectos y que nuestros planes no son nada en comparación con los suyos, muchos de los planes que hicimos en Perú no salieron adelante pero al final siempre había niños con los que jugar y hablar de Dios, casas y enfermos por los que rezar, personas con las que hablar y ante todo y sobre todo una cita obligatoria en la Eucaristía para alabarle a Él».
«Acabé en Perú viviendo una de las mejores experiencias de vida que nunca me hubiese podido imaginar»
Lucía vive su fe en la parroquia alcalaína de Santo Tomás de Villanueva. Explica que ir de misión a Perú «no era mi opción de vacaciones de verano, porque influían muchos factores como el dinero, el querer hacer otra cosa y sobre todo el miedo a algo desconocido. Y con un ‘¿y por qué no?’ acabé en Perú viviendo una de las mejores experiencias de vida que nunca me hubiese podido imaginar».
Esta joven de 21 años estudiante del grado superior de integración social indica que algo que le ha marcado de esta experiencia misionera «es cuando en una de las campañas médicas que hacían una de las Hermanas que venía con nosotros y otra chica del grupo, que es enfermera, fuimos a visitar a un señor que estaba enfermo y le costaba moverse. Llegamos a una casa hecha con tablones de madera. En lo que podríamos denominar la parte central, nos encontramos con tres camas de matrimonio con un montón de cosas encima entre las que destacaba una gallina, una mesa con comida, platos tapados, moscas, cuis (cobayas), gatos, patos, patitos, gallos, gallinas, pollitos, palomas en el techo, ollas con comida tapadas, etc. Cuando yo entré, me entró mucho agobio de ver cómo aquellas personas podían vivir en esas condiciones. Terminé el día muy impactada por aquella imagen, pero antes de irme a dormir, el Señor me ayudó a entender, que lo que para mí era alarmante, ellos daban gracias por tener un sitio donde poder dormir, comer y vivir. no hace falta hacer grandes cosas para hacer feliz a la gente, ni sentir que les has ayudado, como dice Santa Teresa de Calcuta: ‘No podemos hacer grandes cosas, pero si pequeñas cosas con gran amor’. Y con ese amor, es con lo que la gente se ha quedado».
«Entrar en la capilla ante el Sagrario y contarle al Señor todo lo que habíamos hecho, me hacía darme cuenta de que esto no es mío, es de Él: es su misión, sus almas, su gente…»
Este grupo de jóvenes ha vuelto de Perú renovado. Han vivido experiencias de manera conjunta y algunos detalles han marcado su misión y su vida de forma individual y personal. Samuel Galán afirma que «como sacerdote, en Perú no he hecho nada que no haga en España. Pero hacerlo en esas circunstancias: lejos del lugar de origen, entre gente tan sencilla y tan pobre, se percibía mejor que la vida es misión. Ir de casa en casa, visitando cada aldea y pueblo, hablando del Señor, llevando su consuelo y su alegría, era imitar con la misma sencillez y la misma pobreza lo que el mismo Señor hacía con sus discípulos en Tierra Santa. Después de visitar los diferentes ‘pueblitos’ llegábamos a casa a descansar, y para ello, entrar en la capilla ante el Sagrario y contarle al Señor todo lo que habíamos hecho, me hacía darme cuenta de que esto no es mío, es de Él: es su misión, sus almas, su gente…».
El subdelegado diocesano explica que acompañar a este grupo de jóvenes misioneros «para mí ha sido fundamental para que estos días fuesen una ayuda para descubrir que Cristo se toma en serio su vida y les está llamando. Esto se había organizado especialmente para ellos».