«Permítame hacer este llamamiento a todas las personas de estas tierras: ¡Nunca más derramamiento de sangre! ¡Nunca más enfrentamientos! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra! Por el contrario, rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que se establezca una paz duradera basada en la justicia; que haya una verdadera reconciliación y curación. Que se reconozca universalmente que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad en el interior de sus fronteras internacionalmente admitidas. Que se reconozca también que el pueblo palestino tiene derecho a una patria independiente y soberana, a vivir con dignidad y viajar libremente. Que la solución de dos Estados se convierta en realidad y no se quede en un sueño. Y que la paz se difunda desde estas tierras; que sean «luz para las naciones» (Is 42, 6), llevando esperanza a muchas otras regiones afectadas por conflictos.» (Discurso en la Ceremonia de despedida en el aeropuerto internacional Ben Gurion, Tel Aviv, 15-05-2009. Benedicto XVI)
«Toda la humanidad, y en primer lugar los pueblos y naciones que tienen en Jerusalén a sus hermanos de fe, cristianos, judíos y musulmanes, se sienten justamente implicados e impulsados a hacer lo posible para preservar el carácter sagrado, único e irrepetible de la Ciudad. No sólo los monumentos y lugares santos, sino todo el conjunto de la Jerusalén histórica y la existencia de las comunidades religiosas, su condición, su porvenir no pueden dejar de ser objeto de interés y solicitud por parte de todos.
Efectivamente, es justo que se encuentre, con buena voluntad y clarividencia, un modo concreto y justo, en virtud del cual los diversos intereses y aspiraciones se concilien de manera armónica y estable y se tutelen de forma adecuada y eficaz por un Estatuto internacional garantizado, de suerte que ni unos ni otros pueden ponerlo en peligro.» (Carta Apostólica Redemptionis anno sobre la ciudad de Jerusalén. 20-04-1984. San Juan Pablo II).