El Hermano Mikel Cacho Ruiz, C.O. (1990) nació en Bilbao y es religioso en la Sociedad de Vida Apostólica de San Felipe Neri, en el oratorio de Alcalá de Henares. Con motivo de su ordenación diaconal el 26 de octubre de 2024 hemos conversado con él.
¿Cómo empezó tu relación con el Señor?
Yo no sé de qué manera misteriosa pero el Señor se me hizo el encontradizo. Tanto en aquella época, como hoy en día, la juventud estaba muy apartada del interés por la religión y del interés por Dios. Es verdad que sí hice la primera Comunión, hice las catequesis… pero poco a poco, y no sé de qué manera, el Señor como que me iba atrayendo, me iba interesando y quería conocer más, y quería relacionarme con Él. Quería tratarle no solo yendo a Misa sino también conociéndole con más profundidad.
Y empecé a confesarme, empecé a ir a Misa a diario siendo todavía un adolescente y, poco a poco, leyendo a algunos santos crecía en mí el deseo de ser de Dios, de vivir para Él. En aquella época, no tenía mucha idea de cómo se iba a concretar eso… pero bueno, esto es un misterio, es una gracia, ante todo es una gracia.
No puedo decir que yo sea el mejor, ni el más listo, ni el más simpático, ni el más nada de todas las personas de mi edad de aquella época pero bueno doy gracias a Dios porque se haya fijado en mí. Ahora, yo también tengo clara una cosa y es que si el Señor a mí me dio esta gracia también es para beneficio de los demás, de aquellos para los cuales Dios se quiere servir de mí como instrumento. O sea, que no se queda todo en mí.
¿Y en qué momento supiste que Dios te llamaba a ser sacerdote?
La idea del sacerdocio empezó a aparecer en mí de una manera muy vaga, muy difusa. A veces pensaba que sí, a veces pensaba que no… Fue después, siendo estudiante de filosofía en San Dámaso, cuando lo empecé a ver claro y decir: el Señor me quiere para Él y además me quiere para Él sin medida, sin que haya ningún miedo, ni ningún obstáculo que se interponga.
Hay muchas personas que están como ovejas sin pastor, chavales de mi edad que están sin ilusión, sin conocer a Dios y sin vida. Envíame Señor. Yo valgo muy poco por mí mismo pero Tú puedes hacer en mí. Fue en esa época cuando empecé a ver las cosas claras. Fui haciendo amistad, entre otros, con un hermano mío de la comunidad de San Felipe Neri, el Padre Armando, y esa amistad fue prolongándose también después de haber terminado los dos los estudios. Yo no esperaba acabar en esta comunidad pero el Señor lo dejó claro en un momento. Abrió la puerta y dije: pues bueno, a dejarme llevar, voy a decirte que sí aquí concretamente y aquí he pasado estos últimos cuatro años y la verdad es que empiezo a entender que mi modo de ser, mi vida o las ilusiones que Dios pone en mi corazón encajan con el modo de ser del Instituto de San Felipe Neri.
¿Cómo fue el primer día en la Sociedad de Vida Apostólica de San Felipe Neri?
Fue un día de San Miguel, un 29 de septiembre, mi onomástica. Nombre bonito que eligieron mis padres, sin saberlo, ‘Quién como Dios’. Podría pasarme toda la eternidad diciéndolo como una alabanza. El primer día lo recuerdo con ilusión y con alegría pensando que estaba respondiendo al Señor.
Pensaba una cosa curiosa cuando estábamos rezando, creo que fueron vísperas, la primera cosa que recé en común con todos los hermanos: que ser santo es posible. Esa idea me vino a la cabeza, que no es algo inalcanzable, ni que haya que hacer grandísimos heroísmos sino que la santidad era posible y era posible ahí, en esa pequeña comunidad.
¿Qué ha sido lo mejor de estos años en el Oratorio?
Como ya tenía bastantes estudios hechos, cuando entré aquí no he estado yendo mucho a la Universidad San Dámaso. De hecho, me pilló la pandemia y algunas clases que tuve en aquella época eran por videoconferencia. Por supuesto, he seguido leyendo y estudiando también por mi cuenta, sobre todo los Padres de la Iglesia, que es lo que más me ha llamado la atención o me ha gustado.
Pero una cosa muy propia nuestra es el afecto a la propia casa donde estás. Entonces es más importante de lo que parece que, por ejemplo, los que entramos nuevos hagamos cosas tan sencillas como poner la mesa, limpiar y fregar tal pasillo o tal cosa, e ir adquiriendo como la certeza de que si no lo hago yo, no lo hace nadie, esta es mi casa, tengo que cuidar de ella, no puedo esperar a que venga aquí mamá o quien sea a limpiarlo.
Es nuestra vida comunitaria y tenemos que cuidarla. Y eso se va adquiriendo. He hecho labores de sacristán cuidando la iglesia, rellenando velas, fregando aquí y allá… es bonito eso también, te educa a que vives en una comunidad, no en un hotel o en una pensión.
¿Cómo están siendo estos años de nadar a contracorriente del mundo?
Es verdad que vivir en comunidad te ayuda. Creo recordar que el Concilio lo recomendaba a los sacerdotes. Por la experiencia que tenemos, es verdad que es un apoyo contra otras formas de entender la vida. Porque ser cristiano hoy en día es realmente ir contracorriente, es otro modo completamente distinto de entender la vida.
Tenemos una esperanza y una alegría por dentro que es el Señor y, sin embargo, sí que diría que lo más difícil no es cuando ya estás aquí, aunque siempre aparece la tentación de pensar que hubiera podido hacer en otro lugar… Cuando vuelves al Señor la mirada, tienes ahí la fuerza para seguir adelante porque no es una cuestión de voluntarismo el decir que voy por puños a luchar contracorriente sino que es una cuestión de amor al Señor. Tú me has llamado, Tú eres Alguien, yo no te puedo traicionar, no te quiero traicionar, no me sale del corazón decirte que no quiero saber nada contigo.
Es una cuestión de amor, una cuestión de que yo me encontré contigo Jesús, Tú me has llamado, Tú me quieres, nadie me va a querer como Tú, el mundo ni nadie de este mundo me va a querer como Tú, no hay un amor como el tuyo en toda la tierra.
Y también me ayuda mucho pensar que si yo le digo que no al Señor, el día de mañana va a haber otras personas que no van a tener quien les anuncie el Evangelio, ni quien les dé Esperanza cuando se den cuenta de que el mundo les ofrece todo y luego se desengañen.
Hay una frase atribuida a San Felipe Neri que dice que «quien no puede dedicar mucho tiempo a la oración, que al menos eleve su corazón a Dios muchas veces».
Hay muchas personas que están con 50.000 ocupaciones. Trabajo, familia, preocupaciones de diverso tipo, enfermedad… a veces dedicar un largo rato a la oración no siempre es fácil. Sobre todo, personas que igual no tienen una iglesia abierta constantemente. Pero la oración puede ser una cosa muy sencilla, puede ser que yo mire al Señor y saber que Él me está mirando y saberme amado. Y esa oración puede ser mucho más bella y mucho más fructífera y hermosa que muchas palabras. Una mirada de confianza, una mirada de sabernos amados por el Señor gratuitamente, ilimitadamente, nos puede ayudar.
Cuando uno va conduciendo con cabreos por el tráfico, estando pendiente de muchas cosas…. ¿se puede rezar en un coche? Pues por lo menos sí puedo darme cuenta de que mientras hago eso, o cocino, o estoy llevando a los niños al colegio o cualquier cosa que cada uno tenga que hacer, saber que Dios está conmigo, y solo el hecho de recordarlo ya empieza a dar otro color a la vida.
Yo creo que eso puede suplir a veces largos ratos en los que físicamente uno está en una iglesia pero en los que igual el corazón no está tan atento. Y un solo momento de atención del corazón es como cuando una madre le da un beso a su hijo simplemente porque sí, un simple gesto de cariño puede hacer la diferencia, mucho más que largos discursos o teorías.
El 26 de octubre comienzas una nueva etapa como diácono.
El diácono es el servidor. Cuando las bodas de Caná, los diáconos eran los que servían el vino en las bodas. El Diácono con mayúsculas, el que sirve con mayúsculas es el Señor. Él es el que da la vida por nosotros y ese es su servicio, el servicio al que le envía el Padre. No le envía a tener éxito; de hecho, la tentación de Satanás es el éxito. El Señor sabe que ese éxito personal no es el camino y que eso no produce el fruto que quiere, que es nuestra salvación, nuestro encuentro con Él, nuestra comunión con Él, ese encuentro de amor. Y ese es el servicio que pasa por la cruz y Él es el que lo completa.
Ser diácono no puede ser algo completamente distinto o autónomo de lo que hace Cristo. Ser diácono es como ser Cireneo, el que echa una mano al Señor en esa tarea de salvarnos, en esa tarea de amarnos hasta el extremo. El diácono es estar consagrado por completo al Señor y entregarse a Él para la salvación de todos.
¿Con qué santos te identificas más?
Hay una larga lista. Es verdad que San Felipe Neri ha sido un poco un santo de adopción, que me ha adoptado él a mí, pero al que no conocía mucho antes de entrar aquí. Conocía un poco lo que es el Oratorio, lo que es nuestra Sociedad de Vida Apostólica, más por San John Henry Newman que por San Felipe. A los dos les pido que intercedan por mí y por supuesto me alegro de tenerles en mi lista.
A parte de ellos, también San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier me llaman mucho también la atención. La espiritualidad ignaciana también me gusta mucho. Creo que ayudan mucho los ejercicios. Acabo de venir de ejercicios espirituales, los mejores que he tenido en toda mi vida, y ayuda más de lo que uno pudiera pensar porque es que realmente Dios te ayuda. No eres tú el que haces los ejercicios realmente, es el Señor el que habla.
Por mi forma de ser y no solo porque sea de mi tierra más o menos, aunque puede que tenga algo que ver, la forma de hablar de San Ignacio, su forma de explicarse y de desgranar lo que hay dentro del corazón del hombre, y cómo discernir y ver cada aspecto pues me apasiona, la verdad.
Pedí hace poco que me regalaran en Navidad o en mi cumpleaños las obras completas de San Ignacio. Tenía tomos sueltos, algunas cosas la autobiografía, los ejercicios, etcétera. Yo lo quería todo.
¿Con qué se emociona el Hermano Mikel?
El tema de las emociones es un campo en el que uno también, conforme va creciendo, va viendo las cosas de otra manera. Cuando uno es joven se emociona por cosas más superficiales. Y si yo me hubiera ordenado siendo más joven, tal vez, me habrían emocionado más las cosas externas. Habría quedado cautivado por el hecho de que tanta gente conocida hubiese venido a felicitarme y a estar conmigo, que por supuesto se lo agradecería de corazón. Pero a estas alturas y por mi forma de ser, voy a ver más allá de esa emoción superficial, voy a quedarme con lo que son las cosas, con el ser de las cosas. ¿Qué es realmente lo que el Señor está haciendo o va a hacer conmigo ese día 26? Igual es algo que está oculto, que no se ve o que no te emociona a primera vista porque no es palpable visualmente pero es lo más importante.
Y eso no quiere decir que me haya convertido en un estoico, al que no le emociona nada, por supuesto. Una de las cosas que más emociona es volver a ver después de mucho tiempo a las personas que quiero, desde mis hermanos de aquí, a mi familia y a todas las personas que han estado a mi lado. Esa es la emoción más humana y más palpable de la que puedo hablar porque otras cosas como que gane el Athletic de Bilbao… pues cuando vi la Gabarra pasar por el Puente de La Salve pues, hombre, un poquillo te emociona, ¿no? Pero no está al mismo nivel, ni mucho menos.
¿Qué es lo último que te ha hecho reír?
Me he dado cuenta de una cosa y es que a veces el sentido del humor -y perdona que me ponga tan filosófico-, cuando uno no tiene una alegría profunda, verdadera, que te da paz… a veces el sentido del humor se convierte en una vía de escape, de evasión, y la gente compite por ver quién dice el chiste más burro que se pueda decir, en el mal sentido de la palabra, a ver quién dice la burrada más grande.
A veces para ser el centro de atención o a veces para para suplir ese vacío. Claro, esto no lo veía cuando tenía 18 o 20 años pero he ido viendo con el tiempo que te hacen reír las pequeñas cosas. Te vuelves a reír de una cosa ínfima, de una cosa pequeña, natural, de la vida misma. Empiezas a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Es como volver a recuperar la luz de los ojos.
¿Cuál es tu pieza musical favorita y tu libro de cabecera?
Me empecé a aficionar a la música clásica un poco tarde pero le fui cogiendo bastante gusto. Viene a mi mente el compositor austríaco Anton Bruckner, que no sé si en España es muy conocido. Tiene nueve sinfonías, la última no la llegó a terminar. Era católico y compuso también música sacra. Es mi compositor favorito.
En cuanto a libros o autores, Hilario de Poitiers, el Padre de la Iglesia al que me he dedicado a estudiar. No diría que lo pueda recomendar al público general porque hace falta meterse un poco de lleno en toda esa época tan complicada de después de Nicea. Son los libros que tengo siempre encima de la mesa.
Para público general, alguno de los libros de Jacques Philippe, como «La paz interior». Es una buena opción para empezar a encontrarse con el Señor, empezar a profundizar un poco. Y también podría decir algunas vidas de santos como la autobiografía de San Ignacio o las «Confesiones» de San Agustín. Creo que cuando el mismo santo te explica su propia vivencia, es especial.
¿Qué puede ofrecer la Iglesia católica al mundo de hoy?
La Iglesia católica es el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, que estamos en comunión con Él. Lo que nos define no es ser una organización que hace algo sino que somos algo. Somos amados por el Señor y miembros de su cuerpo. Su sangre ha sido derramada por nosotros, nos ha amado hasta el extremo.
Nos traicionaríamos a nosotros mismos si quisiéramos ofrecer algo que no sea el Evangelio. El Evangelio es un encuentro de tú a tú con el Señor, que te ama, que cuando nadie da un duro por ti te dice que te ama infinitamente. Que nadie en este mundo tiene derecho a ponerte un precio más bajo que ese. Y aunque tu vida familiar, laboral o de amistades sea un desastre, Él no ha querido crear un mundo en el que tú no existas, te ha querido crear a ti concretamente.
Hoy en día el mundo, ¿qué nos enseña? Pues que eres fruto del azar, que podrías no haber existido, que podrían haberte descartado o desechado, que estás aquí pero no aportas nada… Y entonces tienes que ganarte el aprecio y el amor de las personas fingiendo ser quien no eres. Hay personas que viven con tristeza porque tienen que fingir ser quien no son, tienen que parecer agradables para ser aceptados, para ser amados, y si no lo consiguen se hunden.
La Iglesia ofrece la experiencia de haber sido amados ilimitadamente por el Señor, por Dios en Jesucristo. Él ha dado la vida por nosotros sin pedirnos nada a cambio, sin pedirnos que primero hubiéramos hecho algún mérito, que hubiéramos sido buenos, que hubiéramos sido útiles, que hubiéramos sido graciosos, simpáticos. No nos ha pedido ninguna virtud, no nos ha pedido nada, primero, como condición para amarnos.
De cara al diaconado, un diácono al que se le encarga predicar el Evangelio no es para predicarse a sí mismo. Es para dar testimonio de este amor que te cambia la vida, que te hace verte a ti mismo con la mirada de Dios, no con la mirada del mundo que muchas veces te desprecia, te condiciona o te pide cuentas. Sino con una mirada gratuita del amor ilimitado de Dios, que te perdona, que te restaura, que te regenera.
Como la tarea es anunciar el amor del Señor, al final la tarea la hace Él. Nosotros somos solo instrumentos sino no podríamos. Así que tenemos también ese consuelo de decir: menos mal que no soy yo el que tiene que conseguir ese milagro de que las personas se encuentren con este amor. Y a veces, cuando menos te lo esperas, pues igual una palabra o un simple gesto ha hecho lo que no habías podido con muchas teorías o con muchas cosas.