Francisco Cordero Junquera, futuro diácono: «Tengo la seguridad de que estoy en manos del Señor»

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Francisco Cordero Junquera (1993) nació en Palencia y a los ocho años de edad llegó con sus padres a Camarma de Esteruelas. Estudió en las Filipenses y en el Instituto Pedro Gumiel, en Alcalá de Henares, y posteriormente inició la carrera de Derecho en la Universidad de Alcalá.

En sus años de seminario ha estado de pastoral en la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, en Torres de la Alameda, con D. Álvaro Fernández; en San Sebastián Mártir, en Arganda del Rey, con D. Alberto Raposo; en San Isidro, en Alcalá, con D. Ignacio Figueroa; en San Andrés Apóstol, en Villarejo de Salvanés, con D. José Luis Loriente; y actualmente en San Pedro y San Pablo, en Coslada, con D. César Alzola.

Con motivo de su ordenación diaconal el 26 de octubre de 2024 hemos conversado con él.

¿Cómo fue el primer día en el Seminario diocesano de Alcalá?

Entré en el seminario el domingo 17 de septiembre del año 2017, día de la Virgen del Val. Entré de la mano de la Virgen y me acuerdo perfectamente. Fui acompañado de mi madre y mi hermana, mi padre no pudo venir porque se murió una tía y se tuvo que ir al funeral. Recuerdo llamar a la puerta al seminario. Nos recibieron don Fermín y don Pablo, y nos llevaron a la habitación donde yo iba a vivir.

Me acuerdo de que la habitación tenía el nombre de «Camarma de Esteruelas». La eligieron aposta, porque era el pueblo de donde yo venía. Llegué a la habitación y empezaron a aparecer los chicos de mi misma etapa. Subimos a la capilla, se expuso el Santísimo, hicimos un poco de oración y luego compartimos un ágape. Allí fui conociendo al resto de mis compañeros, un poquito más a los formadores y a los padres del resto de los seminaristas.

Lo recuerdo muy emocionado pero también asustado, porque era consciente de que suponía un cambio radical de vida. Era salir de mi casa, de estar allí con mis padres, con los míos, iniciar un ritmo diferente, que era un ritmo más reglado, con horarios. Y estaba un poquito asustado preguntándome si sería capaz de afrontarlo. Lo puse en manos del Señor y todo fue bien, todo fue adelante. Puedo decir que el primer año de seminario fue fundamental para mí. Ahí fueron las bases, donde se fue construyendo el edificio.

¿Cómo era el día a día en el seminario?

He estado siete cursos en el seminario, aunque el último viviendo entre el seminario y la parroquia. El primer año fue el año de propedéutico. Yo soy la segunda generación del seminario diocesano que hizo el propedéutico y en ese curso no íbamos a estudiar a la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso.

Después de que los seminaristas se iban a la universidad, nosotros subíamos a la capilla a hacer una hora de oración y tras esto teníamos las clases. Venían sacerdotes de la diócesis y también laicos a darnos clases del Catecismo de la Iglesia Católica, de latín, de italiano… Tengo muy buen recuerdo de los jueves sacerdotales, un día muy especial en el seminario porque es el día en el que Cristo instituyó la Eucaristía y el sacerdocio y ese día lo aprovechamos para conocer la diócesis: íbamos a un pueblo, visitábamos al sacerdote, él nos explicaba lo que hacía en su día a día y luego comíamos con él. Para mí era el mejor día.

Lo que llevaba peor del primer año era cuidar el jardín del seminario. Recuerdo estar un día cruzado de brazos y al verme los formadores me dijeron «venga Francisco, a trabajar». Era lo que más me costaba. Había buenos momentos con los compañeros, nos reíamos, nos contábamos cosas, anécdotas… Pero lo de trabajar en el jardín yo lo llevaba fatal…

Me costó un poco el paso del propedéutico a primero porque tenías que buscarte tú ya una media hora de oración, luego desayunar, irte corriendo a la Facultad… las clases, ponerte a estudiar… A mí me costó un poco el ritmo.

Y luego, además, comenzar la Filosofía. Cuando empezaron con metafísica y cosas así yo decía: «¿pero dónde me he metido?» Poco a poco el Señor me ayudó y con esfuerzo he ido sacando adelante los estudios filosóficos y teológicos, y he aprendido mucho.

A lo que me ha ayudado mucho San Dámaso es a acercarme a la Sagrada Escritura -yo no tenía esa costumbre de acercarme tanto a la Biblia- y a rezar con ella. Y luego también a amar y a conocer más a la Iglesia y el Magisterio. Ha sido un enriquecimiento para mí y ahora veo que todo lo que he recibido en San Dámaso lo estoy dando y lo he dado ya en las parroquias donde he estado y ahora en la parroquia donde estoy.

¿Cómo han sido estos años nadando a contracorriente?

Al vivir en un mundo en el que ser sacerdote o religioso no está de moda a mucha gente se lo dices, te ven tan jovencito y se quedan paralizados. A mí siempre me hace gracia una expresión: «Ah, si es lo que te gusta… pues bien, adelante, que vas a ser feliz…» Y hay otra gente que piensa que estás desperdiciando tu vida, que la puedes dedicar a otras cosas.

Yo no acabé la carrera de Derecho y muchos me dicen «pero, ¿por qué no has acabado la carrera de Derecho y luego te has ido al seminario?». Y yo siempre digo lo mismo: «es que yo no era feliz». A mí el Señor me estaba pidiendo ser sacerdote y yo no cambio nada estos años de seminario por lo que he dejado atrás, que bien ha podido ser mi familia, el aparecer una persona, mi media naranja, o dedicarme profesionalmente a ser abogado o a otra cosa. Sé que a mí es lo que me está pidiendo el Señor y cuando dices eso muchos lo entienden y otros siguen pensando que estoy desperdiciando mi vida.

Mis padres me han apoyado, pero al principio les ha costado un poco y ahora ellos están contentos y orgullosos. Mi madre me dijo una vez que había visto que había madurado. Gracias a Dios, nunca he tenido vergüenza de decir desde muy niño que quería ser sacerdote a la gente que he tenido alrededor o a amigos en el colegio. Yo quiero ser sacerdote desde los 6 años, no he tenido ningún miedo de decirlo y siempre les ha hecho gracia, pero nunca se han metido conmigo o me han faltado el respeto. Gracias a Dios me han respetado.

También será porque he ido a un colegio religioso y quizá el ambiente era más fácil. Pero luego estuve en un instituto público y yo lo decía a veces, también sin miedo, y los compañeros me respetaban. Es más, les sorprendía un poco, les hacía gracia: yo llevaba estampas en los libros y les hacía gracia, pero nunca me faltaban al respeto ni se metían conmigo. Me preguntaban cosas por curiosidad. Tengo esa experiencia de ir contracorriente, pero me han respetado siempre.

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El 26 de octubre, si Dios quiere, serás ordenado diácono. ¿Qué es exactamente el diaconado?

El sacramento del orden tiene tres niveles: el diaconado, el presbiterado, y el episcopado. El primer grado para luego ser presbítero es el diaconado. El diaconado es ser colaborador de los presbíteros y, a través de los presbíteros, también del obispo porque los colaboradores directos del obispo son los presbíteros. Su dedicación, que la vemos ya en la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia, es el servicio y el ejercicio de la caridad que se manifiesta predicando la Palabra de Dios, teniendo una especial preferencia por los más pobres y necesitados de las comunidades donde nos envíen.

Benedicto XVI, en un encuentro en 2008 dijo: «Pensemos en el gesto del lavatorio de los pies, con el cual se manifiesta explícitamente que el Maestro, el Señor, actúa como diácono y quiere que todos los que lo sigan sean diáconos, que desempeñen este ministerio en favor de la humanidad, hasta el punto de ayudar también a lavar los pies sucios de los hombres que nos han sido encomendados». ¿De qué manera puede lavar un diácono los pies sucios de la humanidad?

Primeramente, rezando y poniendo delante del Señor, presente en la Eucaristía, todas las necesidades especialmente de las personas que tiene más cerca, de tu comunidad cristiana y luego de toda la humanidad. De igual modo, expresando esa oración con cada una de las personas que el Señor le vaya poniendo en el camino, ya sea enseñando y predicando, o bien cuando alguien venga a pedir consejo, o ayudando y enseñando a los padres, porque una misión de los diáconos es bautizar.

También cuidando a las familias, a los matrimonios que traen a sus hijos a bautizar, y mostrando la Verdad y buscando el bien de todas las personas que te encomiendan: las más cercanas. Porque al final la humanidad se te refleja concretamente en las personas que te va poniendo el Señor en el camino, en mi caso la comunidad de San Pedro y San Pablo.

En un encuentro con diáconos en Roma en febrero de 2024, el Papa Francisco explicó que «servir es un verbo que rechaza toda abstracción: servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas». ¿Asusta esto?

En principio a mí no me asusta porque tengo la seguridad desde que entré en el seminario de que estoy en manos del Señor, de que tengo que hacer su voluntad y aunque yo me vea muchas veces incapaz y limitado, sé que todo lo que Él me vaya proponiendo a través de mis superiores voy a ser capaz de llevarlo adelante. Frente a ese miedo, yo pongo la confianza en mi Iglesia diocesana, concretamente en la diócesis de Alcalá, y en que sé que si el Señor me lo propone voy a ser capaz.

Dios nunca propone nada que vayamos a ser incapaces de hacer, aunque a primera primera vista parezca que no lo podemos abarcar. El Señor siempre nos propone cosas que podemos llevar a cabo. Lo que nos pide es que en ese camino confiemos en Él y pongamos todo de nuestra parte. Y también hay que dejarse llevar, es decir, no limitarte a decir «yo tengo este planning de día, que no me saquen de esta rutina, si aparece alguien que me saca de ese plan lo dejo a un lado o me enfado». Eso el Papa Francisco nos lo ha insistido mucho a los diáconos: que no nos metamos en la agenda o en nuestra rutina, es decir, dejar un poquito abierto a lo que venga en el día a día y vivir en un constante darse, hasta en lo más pequeño. Vamos, hasta cuando yo estoy en mi casa limpiando: constantemente darse, darse y darse.


¿Con qué santos te identificas más y por qué?

Tengo devoción a los patronos de nuestra diócesis y del seminario: los Santos Niños Justo y Pastor. Para mí, ser testigo, el martirio y dar la vida van en el ADN del diácono porque uno de los primeros diáconos fue San Esteban, que fue mártir.

Pero mi santo es San Manuel González García, el obispo de los sagrarios abandonados. Le tengo un especial cariño porque fue obispo de Palencia, está allí enterrado, y en mi adolescencia llegaron a mis manos sus obras eucarísticas. Siempre he tenido una especial devoción a la Eucaristía y sus obras me han ayudado mucho. No solamente tiene obras eucarísticas, tiene también escritos para catequistas y para los sacerdotes. A mí, su espiritualidad sacerdotal y cómo vivía él el Ministerio me ayuda mucho. Él tuvo que ir  a Huelva, allí encontró una situación nefasta y tuvo que levantar la parroquia. Para mí es un testimonio muy grande cómo trabajaba con los niños, con la gente que trabajaba en las minas, cómo fundó colegios… ahí veo constantemente el servicio.

Hay una anécdota muy bonita. Los niños de Huelva tiraban piedras a San Manuel González y le insultaban:  le llamaban ‘cuervo’. Pero él constantemente les sonreía, se ponía a jugar con ellos y al final se los acabó ganando y les trajo al Señor en el sagrario, al Corazón Eucarístico de Jesús. Para mí es un testimonio muy grande. Sobre todo me ayuda mucho el configurarte con la cruz de Cristo. San Manuel González dice: «Tienes la cruz, sí, pero tienes que estar alegre porque tienes al Señor en el sagrario, por ti se va a hacer presente, tú vas a poder hablarle de Él a muchas personas y traerles, así que sí, tienes la cruz, pero tienes que estar alegre en esas cruces».

¿Con qué te emocionas?

Soy castellano y soy muy seco, pero sobre todo me emociono cuando voy a mi tierra porque allí están enterrados mis antepasados y normalmente voy con mi familia en ocasiones muy concretas, como Navidad o en verano, cuando son las fiestas patronales. Entonces me acuerdo mucho de los míos y de mis antepasados porque el crecimiento en la fe se lo debo a mis abuelos.

Cuando voy a mi tierra y veo a la Virgen o veo al patrón de la diócesis me emociono porque sé que estoy aquí por lo que he recibido de mis antepasados. Y muchas veces se me ponen los pelos de punta. Me emociono porque están ahí mis raíces y yo soy lo que soy por los míos.

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¿Qué es lo último que le ha hecho reír?

Acabo de venir de la peregrinación diocesana de jóvenes en Murcia. Coincidí allí con los seminaristas con los que he convivido más tiempo. El primer día llegamos allí al polideportivo a dormir y nos reíamos de la situación: estábamos muy cansados, habíamos llegado muy tarde y nos empezamos a reír por cualquier tontería. Llorábamos de risa. Estás con los compañeros y llevas mejor estas situaciones, porque lo de dormir en el suelo… no lo llevo muy bien.

¿Cuál es tu libro favorito?

A mí el libro que me encanta, que lo leí cuando era adolescente y ya lo he leído alguna vez más, es La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín. Me gusta mucho y se lo recomendaría a cualquier persona. Leer los clásicos de nuestra literatura española, que tenemos una riqueza inmensa.

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