«Los derechos de los trabajadores» en el Magisterio de la Iglesia.
Papa Francisco:
«Porque vivimos en un
tiempo de explotación de los trabajadores; en un momento en donde el
trabajo, no está precisamente al servicio de la dignidad de la persona
humana, sino que es el trabajo esclavo. Debemos formar, educar a un
nuevo humanismo del trabajo, donde el hombre, no la ganancia, esté al
centro; donde la economía sirva al hombre y no se sirva del hombre.
(...) La ilegalidad es como un pulpo que no se ve: está escondido,
sumergido, pero con sus tentáculos sujeta y envenena, contaminando y
haciendo mucho mal. Educar es una gran vocación: como san José adiestró
a Jesús en el arte del carpintero, también vosotros estáis llamados a
ayudar a las jóvenes generaciones a descubrir la belleza del trabajo
verdaderamente humano» (16-1-2016)
«La Iglesia ha
rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos
modernos al “comunismo” o “socialismo”. Por otra parte, ha rechazado en
la práctica del “capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta
de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10. 13. 44).
La regulación de la economía por la sola planificación centralizada
pervierte en su base los vínculos sociales; su regulación únicamente
por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque “existen
numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el
mercado” (CA 34).
Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las
iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con
vistas al bien común» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2425).
«Los derechos de
los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la
naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El
Magisterio social de la Iglesia ha considerado oportuno enunciar
algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en los
ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa remuneración; el
derecho al descanso; el derecho «a ambientes de trabajo y a procesos
productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los
trabajadores y no dañen su integridad moral»; el derecho a que sea
salvaguardada la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin que
sean «conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la propia
dignidad»; el derecho a subsidios adecuados e indispensables para la
subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias; el
derecho a la pensión, así como a la seguridad social para la vejez, la
enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la prestación
laboral; el derecho a previsiones sociales vinculadas a la maternidad;
el derecho a reunirse y a asociarse. Estos derechos son frecuentemente
desatendidos, como confirman los tristes fenómenos del trabajo
infraremunerado, sin garantías ni representación adecuadas. Con
frecuencia sucede que las condiciones de trabajo para hombres, mujeres
y niños, especialmente en los países en vías de desarrollo, son tan
inhumanas que ofenden su dignidad y dañan su salud». (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 301).

«A
los defensores de «la ortodoxia», se dirige a veces el reproche de
pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a
situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos que
las mantienen. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios
y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico
de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos, y especialmente
a los pastores y a los responsables. La preocupación por la pureza de
la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida
teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al
prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido. Con el testimonio de
su fuerza de amar, dinámica y constructiva, los cristianos pondrán así
las bases de aquella «civilización del amor» de la cual ha hablado,
después de Pablo VI, la Conferencia de Puebla. Por otra parte, son
muchos, sacerdotes, religiosos y laicos, los que se consagran de manera
verdaderamente evangélica a la creación de una sociedad justa» (1). De
hecho, «la rectitudo fidei, esto es, la ortodoxia, es patrimonio irrenunciable y condición primaria para la rectitudo morum
u ortopraxis» (2); más aún: «la adecuada profesión de fe debe ser
confirmada con una vida santa. La ortodoxia exige la ortopraxis» (3).
Desde estos presupuestos proponemos a nuestros lectores algunos textos del Magisterio sobre los derechos de los trabajadores,
teniendo en cuenta que «por encima de los intereses o visiones
parciales ha de colocarse el bien integral del hombre, creado a imagen
de Dios y llamado a un destino eterno. En Cristo se nos ha revelado
plenamente el amor de Dios y la sublime dignidad del hombre» (4). De
hecho, también así lo enseña el Papa Francisco, cuando explica que este
momento de crisis, «no consiste en una crisis sólo económica; no es una
crisis cultural. Es una crisis del hombre: ¡lo que está en crisis es el
hombre! ¡Y lo que puede resultar destruido es el hombre!» (18-05-2013).
Con esta perspectiva, que busca el bien integral de la persona, y exige, por tanto, con la gracia de Dios, una vida teologal integral, la
tradición catequética nos pone en alerta a todos – personal y
socialmente –, y nos recuerda, con caridad y verdad, que «existen “pecados que claman al cielo”. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1867). Como se ve, todo de plena actualidad.
Notas:
1. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Instrucción sobre algunos aspectos de la «Teología de la liberación» – Libertatis nuntius, n. 18, 06-08-1984.
2. San Juan Pablo II, 06-08-1979.
3. San Juan Pablo II, 21-06-1998.
4. San Juan Pablo II, 30-11-1986.
Algunos textos del Magisterio de la Iglesia
sobre los derechos de los trabajadores
Catecismo de la Iglesia Católica
(2401-2463)
2409 Toda forma de tomar o retener
injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de
la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener
deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el
ejercicio del comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos (cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8, 4-6).
2414 El séptimo mandamiento
proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o
ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos,
a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a
cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las
personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la
condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio. San Pablo
ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano “no como
esclavo, sino [...] como un hermano [...] en el Señor” (Flm 16).
2424 Una teoría que hace del lucro
la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es
moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de
producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos
conflictos que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que “sacrifica los derechos fundamentales
de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de
la producción” es contrario a la dignidad del hombre (cf GS
65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios
con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del
dinero y contribuye a difundir el ateísmo. “No podéis servir a Dios y
al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
2425 La Iglesia ha rechazado las
ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al
“comunismo” o “socialismo”. Por otra parte, ha rechazado en la práctica
del “capitalismo” el individualismo y la primacía absoluta de la ley de
mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10. 13. 44).
La regulación de la economía por la sola planificación centralizada
pervierte en su base los vínculos sociales; su regulación únicamente
por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque “existen
numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el
mercado” (CA 34).
Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las
iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con
vistas al bien común.
2434 El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave injusticia (cf Lv 19, 13; Dt 24, 14-15; St
5, 4). Para determinar la justa remuneración se han de tener en cuenta
a la vez las necesidades y las contribuciones de cada uno. “El trabajo
debe ser remunerado de tal modo que se den al hombre posibilidades de
que él y los suyos vivan dignamente su vida material, social, cultural
y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la productividad de cada
uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común” (GS 67, 2). El acuerdo de las partes no basta para justificar moralmente la cuantía del salario.
2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:
«Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias
que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y
vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están
tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y
devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos
días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los
obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los
segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis
vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los
placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza.
Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste» (St 5, 1-6).
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
(503-520)
509. ¿Cuál es el contenido de la doctrina social de la Iglesia?
2419-2423
La doctrina social de la Iglesia, como desarrollo orgánico de la verdad
del Evangelio acerca de la dignidad de la persona humana y sus
dimensiones sociales, contiene principios de reflexión, formula
criterios de juicio y ofrece normas y orientaciones para la acción
510. ¿Cuándo interviene la Iglesia en materia social?
2420
2458
La Iglesia interviene emitiendo un juicio moral en materia económica y
social, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona, el
bien común o la salvación de las almas.
511. ¿Cómo ha de ejercerse la vida social y económica?
2459
La vida social y económica ha de ejercerse según los propios métodos,
en el ámbito del orden moral, al servicio del hombre en su integridad y
de toda la comunidad humana, en el respeto a la justicia social. La
vida social y económica debe tener al hombre como autor, centro y fin.
512. ¿Qué se opone a la doctrina social de la Iglesia?
2424-2425
Se oponen a la doctrina social de la Iglesia los sistemas económicos y
sociales que sacrifican los derechos fundamentales de las personas, o
que hacen del lucro su regla exclusiva y fin último. Por eso la Iglesia
rechaza las ideologías asociadas, en los tiempos modernos, al
«comunismo» u otras formas ateas y totalitarias de «socialismo».
Rechaza también, en la práctica del «capitalismo», el individualismo y
la primacía absoluta de las leyes del mercado sobre el trabajo humano.
513. ¿Qué significado tiene el trabajo para el hombre?
2426-2428
2460-2461
Para el hombre, el trabajo es un deber y un derecho, mediante el cual
colabora con Dios Creador. En efecto, trabajando con empeño y
competencia, la persona actualiza las capacidades inscritas en su
naturaleza, exalta los dones del Creador y los talentos recibidos;
procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana.
Por otra parte, con la gracia de Dios, el trabajo puede ser un medio de
santificación y de colaboración con Cristo para la salvación de los
demás.
514. ¿A qué tipo de trabajo tiene derecho toda persona?
2429,
2433-2434
El acceso a un trabajo seguro y honesto debe estar abierto a todos, sin
discriminación injusta, dentro del respeto a la libre iniciativa
económica y a una equitativa distribución.
515. ¿Cuál es la responsabilidad del Estado con respecto al trabajo?
2431
Compete al Estado procurar la seguridad sobre las garantías de las
libertades individuales y de la propiedad, además de un sistema
monetario estable y de unos servicios públicos eficientes; y vigilar y
encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico.
Teniendo en cuenta las circunstancias, la sociedad debe ayudar a los
ciudadanos a encontrar trabajo.
516. ¿Qué compete a los dirigentes de empresa?
2432
Los dirigentes de las empresas tienen la responsabilidad económica y
ecológica de sus operaciones. Están obligados a considerar el bien de
las personas y no solamente el aumento de las ganancias, aunque éstas
son necesarias para asegurar las inversiones, el futuro de las
empresas, los puestos de trabajo y el buen funcionamiento de la vida
económica.
517. ¿Qué deberes tienen los trabajadores?
2435
Los trabajadores deben cumplir con su trabajo en conciencia, con
competencia y dedicación, tratando de resolver los eventuales
conflictos mediante el diálogo. El recurso a la huelga no violenta es
moralmente legítimo cuando se presenta como el instrumento necesario,
en vistas a unas mejoras proporcionadas y teniendo en cuenta el bien
común.
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
Pontificio Consejo «Justicia y Paz»
Hacia una sociedad reconciliada en la justicia y en el amor
81 El
objeto de la doctrina social es esencialmente el mismo que constituye
su razón de ser: el hombre llamado a la salvación y, como tal, confiado
por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la Iglesia.117 Con
su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la
sociedad, con la conciencia que de la calidad de la vida social, es
decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende
en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que
constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto,
están en juego la dignidad y los derechos de la persona y la paz en las
relaciones entre las personas y entre las comunidades. Estos bienes
deben ser logrados y garantizados por la comunidad social.
En esta perspectiva, la doctrina social realiza una tarea de anuncio y de denuncia.
Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como propio:
«una visión global del hombre y de la humanidad»,118 no sólo en el
nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no ofrece
solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las
normas y las directrices de acción que de ellos derivan.119 Con esta
doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización
de la sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las
conciencias.
La doctrina social comporta también una tarea de denuncia,
en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia que
de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo.120 Esta
denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados,
especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.121
Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las
injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de
personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones sociales,
es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades. Gran
parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada
por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una
respuesta de justicia social.
82 La finalidad de la doctrina social es de orden religioso y moral.122 Religioso,
porque la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza al
hombre «en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la
vez de su ser comunitario y social».123 Moral, porque la
Iglesia mira hacia un «humanismo pleno»,124 es decir, a la «liberación
de todo lo que oprime al hombre» 125 y al «desarrollo integral de todo
el hombre y de todos los hombres».126 La doctrina social traza los
caminos que hay que recorrer para edificar una sociedad reconciliada y
armonizada en la justicia y en el amor, que anticipa en la historia, de
modo incipiente y prefigurado, los «nuevos cielos y nueva tierra, en
los que habite la justicia» (2 P 3,13).
V. DERECHOS
DE LOS TRABAJADORES
a) Dignidad de los trabajadores y respeto de sus derechos
301 Los
derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan
en la naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El
Magisterio social de la Iglesia ha considerado oportuno enunciar
algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en los
ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa remuneración; 651 el
derecho al descanso; 652 el derecho «a ambientes de trabajo y a
procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de
los trabajadores y no dañen su integridad moral»; 653 el derecho a que
sea salvaguardada la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin
que sean «conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la
propia dignidad»; 654 el derecho a subsidios adecuados e indispensables
para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias;
655 el derecho a la pensión, así como a la seguridad social para la
vejez, la enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la
prestación laboral; 656 el derecho a previsiones sociales vinculadas a
la maternidad; 657 el derecho a reunirse y a asociarse.658 Estos
derechos son frecuentemente desatendidos, como confirman los tristes
fenómenos del trabajo infraremunerado, sin garantías ni representación
adecuadas. Con frecuencia sucede que las condiciones de trabajo para
hombres, mujeres y niños, especialmente en los países en vías de
desarrollo, son tan inhumanas que ofenden su dignidad y dañan su salud.
b) El derecho a la justa remuneración y distribución de la renta
302 La remuneración es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones laborales.659
El «salario justo es el fruto legítimo del trabajo»; 660 comete una
grave injusticia quien lo niega o no lo da a su debido tiempo y en la
justa proporción al trabajo realizado (cf. Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4).
El salario es el instrumento que permite al trabajador acceder a los
bienes de la tierra: «La remuneración del trabajo debe ser tal que
permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material,
social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo
y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa
y el bien común».661 El simple acuerdo entre el trabajador y el patrono
acerca de la remuneración, no basta para calificar de «justa» la
remuneración acordada, porque ésta « no debe ser en manera alguna
insuficiente » 662 para el sustento del trabajador: la justicia natural
es anterior y superior a la libertad del contrato.
303 El bienestar económico de
un país no se mide exclusivamente por la cantidad de bienes producidos,
sino también teniendo en cuenta el modo en que son producidos y el
grado de equidad en la distribución de la renta, que debería
permitir a todos disponer de lo necesario para el desarrollo y el
perfeccionamiento de la propia persona. Una justa distribución del
rédito debe establecerse no sólo en base a los criterios de justicia
conmutativa, sino también de justicia social, es decir, considerando,
además del valor objetivo de las prestaciones laborales, la dignidad
humana de los sujetos que las realizan. Un bienestar económico
auténtico se alcanza también por medio de adecuadas políticas sociales de redistribución de la renta
que, teniendo en cuenta las condiciones generales, consideren
oportunamente los méritos y las necesidades de todos los ciudadanos.
c) El derecho de huelga
304 La doctrina social reconoce la legitimidad de la huelga «cuando
constituye un recurso inevitable, si no necesario para obtener un
beneficio proporcionado»,663 después de haber constatado la ineficacia
de todas las demás modalidades para superar los conflictos.664 La
huelga, una de las conquistas más costosas del movimiento sindical, se
puede definir como el rechazo colectivo y concertado, por parte de los
trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el fin de
obtener, por medio de la presión así realizada sobre los patrones,
sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones
de trabajo y en su situación social. También la huelga, aun cuando
aparezca «como una especie de ultimátum»,665 debe ser siempre un método
pacífico de reivindicación y de lucha por los propios derechos; resulta
«moralmente inaceptable cuando va acompañada de violencias o también
cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente
vinculados con las condiciones del trabajo o contrarios al bien
común».666
La importancia de los sindicatos
305 El
Magisterio reconoce la función fundamental desarrollada por los
sindicatos de trabajadores, cuya razón de ser consiste en el derecho de
los trabajadores a formar asociaciones o uniones para defender los
intereses vitales de los hombres empleados en las diversas profesiones.
Los sindicatos « se han desarrollado sobre la base de la lucha de los
trabajadores, del mundo del trabajo y, ante todo, de lo trabajadores
industriales para la tutela de sus justos derechos frente a
los empresarios y a los propietarios de los medios de producción ».667
Las organizaciones sindicales, buscando su fin específico al servicio
del bien común, son un factor constructivo de orden social y de
solidaridad y, por ello, un elemento indispensable de la vida social.
El reconocimiento de los derechos del trabajo ha sido desde siempre un
problema de difícil solución, porque se realiza en el marco de procesos
históricos e institucionales complejos, y todavía hoy no se puede decir
cumplido. Lo que hace más actual y necesario el ejercicio de una
auténtica solidaridad entre los trabajadores.
306 La doctrina social enseña
que las relaciones en el mundo del trabajo se han de caracterizar por
la colaboración: el odio y la lucha por eliminar al otro, constituyen
métodos absolutamente inaceptables, porque en todo sistema social son indispensables al proceso de producción tanto el trabajo como el capital.
A la luz de esta concepción, la doctrina social « no considera de
ninguna manera que los sindicatos constituyan únicamente el reflejo de
la estructura “de clase”, de la sociedad ni que sean el exponente de la
lucha de clases que gobierna inevitablemente la vida social ».668 Los sindicatos son propiamente los promotores de la lucha por la justicia social,
por los derechos de los hombres del trabajo, en sus profesiones
específicas: « Esta “lucha” debe ser vista como una acción de defensa
normal “en favor” del justo bien; [...] no es una lucha “contra” los
demás ».669 El sindicato, siendo ante todo un medio para la solidaridad
y la justicia, no puede abusar de los instrumentos de lucha; en razón
de su vocación, debe vencer las tentaciones del corporativismo, saberse
autorregular y ponderar las consecuencias de sus opciones en relación
al bien común.670
307 Al sindicato, además de la
función de defensa y de reivindicación, le competen las de
representación, dirigida a « la recta ordenación de la vida económica »,671 y de educación de la conciencia social de los trabajadores,
de manera que se sientan parte activa, según las capacidades y
aptitudes de cada uno, en toda la obra del desarrollo económico y
social, y en la construcción del bien común universal. El sindicato y
las demás formas de asociación de los trabajadores deben asumir una
función de colaboración con el resto de los sujetos sociales e
interesarse en la gestión de la cosa pública. Las organizaciones
sindicales tienen el deber de influir en el poder público, en orden a
sensibilizarlo debidamente sobre los problemas laborales y a
comprometerlo a favorecer la realización de los derechos de los trabajadores.
Los sindicatos, sin embargo, no tienen carácter de « partidos políticos
» que luchan por el poder, y tampoco deben estar sometidos a las
decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado
estrechos con ellos: « En tal situación fácilmente se apartan de lo que
es su cometido específico, que es el de asegurar los justos derechos de
los hombres del trabajo en el marco del bien común de la sociedad
entera, y se convierten, en cambio, en un instrumento de presión para realizar otras finalidades ».672
(. . .)
La empresa y sus fines
338 La
empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de
la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles. En
esta producción de bienes y servicios con una lógica de eficiencia y de
satisfacción de los intereses de los diversos sujetos implicados, la
empresa crea riqueza para toda la sociedad: no sólo para los
propietarios, sino también para los demás sujetos interesados en su
actividad. Además de esta función típicamente económica, la empresa
desempeña también una función social, creando oportunidades de
encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las
personas implicadas. En la empresa, por tanto, la dimensión
económica es condición para el logro de objetivos no sólo económicos,
sino también sociales y morales, que deben perseguirse conjuntamente.
El objetivo de la empresa se debe llevar a cabo
en términos y con criterios económicos, pero sin descuidar los valores
auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y de la
sociedad. En esta visión personalista y comunitaria, « la empresa
no puede considerarse únicamente como una “sociedad de capitales”; es,
al mismo tiempo, una “sociedad de personas”, en la que entran a formar
parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que
aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con
su trabajo ».707
339 Los componentes de la
empresa deben ser conscientes de que la comunidad en la que
trabajan representa un bien para todos y no una estructura que permite
satisfacer exclusivamente los intereses personales de alguno. Sólo
esta conciencia permite llegar a construir una economía verdaderamente
al servicio del hombre y elaborar un proyecto de cooperación real entre
las partes sociales.
Un ejemplo muy importante y significativo en la
dirección indicada procede de la actividad de las empresas
cooperativas, de la pequeña y mediana empresa, de las empresas
artesanales y de las agrícolas de dimensiones familiares. La
doctrina social ha subrayado la contribución que estas empresas ofrecen
a la valoración del trabajo, al crecimiento del sentido de
responsabilidad personal y social, a la vida democrática, a los valores
humanos útiles para el progreso del mercado y de la sociedad.708
340 La doctrina social reconoce la justa función del beneficio, como primer indicador del buen funcionamiento de la empresa: «
Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos
han sido utilizados adecuadamente ».709 Esto no puede hacer olvidar el
hecho que no siempre el beneficio indica que la empresa esté sirviendo adecuadamente a la sociedad.710
Es posible, por ejemplo, « que los balances económicos sean correctos y
que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más
valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad ».711
Esto sucede cuando la empresa opera en sistemas socioculturales
caracterizados por la explotación de las personas, propensos a rehuir
las obligaciones de justicia social y a violar los derechos de los trabajadores.
Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate
25. Desde el punto de vista
social, a los sistemas de protección y previsión, ya existentes en
tiempos de Pablo VI en muchos países, les cuesta trabajo, y les costará
todavía más en el futuro, lograr sus objetivos de verdadera justicia
social dentro de un cuadro de fuerzas profundamente transformado. El
mercado, al hacerse global, ha estimulado, sobre todo en países ricos,
la búsqueda de áreas en las que emplazar la producción a bajo coste con
el fin de reducir los precios de muchos bienes, aumentar el poder de
adquisición y acelerar por tanto el índice de crecimiento, centrado en
un mayor consumo en el propio mercado interior. Consiguientemente, el
mercado ha estimulado nuevas formas de competencia entre los estados
con el fin de atraer centros productivos de empresas extranjeras,
adoptando diversas medidas, como una fiscalidad favorable y la falta de
reglamentación del mundo del trabajo. Estos procesos han llevado a la reducción de la red de seguridad social
a cambio de la búsqueda de mayores ventajas competitivas en el mercado
global, con grave peligro para los derechos de los trabajadores, para
los derechos fundamentales del hombre y para la solidaridad en las
tradicionales formas del Estado social. Los sistemas de seguridad
social pueden perder la capacidad de cumplir su tarea, tanto en los
países pobres, como en los emergentes, e incluso en los ya
desarrollados desde hace tiempo. En este punto, las políticas de
balance, con los recortes al gasto social, con frecuencia promovidos
también por las instituciones financieras internacionales, pueden dejar
a los ciudadanos impotentes ante riesgos antiguos y nuevos; dicha
impotencia aumenta por la falta de protección eficaz por parte de las
asociaciones de los trabajadores. El conjunto de los cambios sociales y
económicos hace que las organizaciones sindicales tengan
mayores dificultades para desarrollar su tarea de representación de los
intereses de los trabajadores, también porque los gobiernos, por
razones de utilidad económica, limitan a menudo las libertades
sindicales o la capacidad de negociación de los sindicatos mismos. Las
redes de solidaridad tradicionales se ven obligadas a superar mayores
obstáculos. Por tanto, la invitación de la doctrina social de la
Iglesia, empezando por la Rerum novarum[60]
, a dar vida a asociaciones de trabajadores para defender sus propios
derechos ha de ser respetada, hoy más que ayer, dando ante todo una
respuesta pronta y de altas miras a la urgencia de establecer nuevas
sinergias en el ámbito internacional y local.
La movilidad laboral, asociada a la
desregulación generalizada, ha sido un fenómeno importante, no exento
de aspectos positivos porque estimula la producción de nueva riqueza y
el intercambio entre culturas diferentes. Sin embargo, cuando la
incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad
y la desregulación se hace endémica, surgen formas de inestabilidad
psicológica, de dificultad para abrirse caminos coherentes en la vida,
incluido el del matrimonio. Como consecuencia, se producen situaciones
de deterioro humano y de desperdicio social. Respecto a lo que sucedía
en la sociedad industrial del pasado, el paro provoca hoy nuevas formas
de irrelevancia económica, y la actual crisis sólo puede empeorar dicha
situación. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia
prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la
creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con
graves daños en el plano psicológico y espiritual. Quisiera recordar a
todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto
renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»[61].
(…)
32. Las grandes novedades que presenta hoy el cuadro del desarrollo de los pueblos plantean en muchos casos la exigencia de nuevas soluciones.
Éstas han de buscarse, a la vez, en el respeto de las leyes propias de
cada cosa y a la luz de una visión integral del hombre que refleje los
diversos aspectos de la persona humana, considerada con la mirada
purificada por la caridad. Así se descubrirán singulares convergencias
y posibilidades concretas de solución, sin renunciar a ningún
componente fundamental de la vida humana.
La dignidad de la persona y las exigencias de la
justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no
hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las
desigualdades [83] y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo
por parte de todos, o lo mantengan. Pensándolo bien, esto es también
una exigencia de la «razón económica». El aumento sistémico de las
desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las
poblaciones de los diferentes países, es decir, el aumento masivo de la
pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y, de
este modo, poner en peligro la democracia, sino que tiene también un
impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del
«capital social», es decir, del conjunto de relaciones de confianza,
fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda
convivencia civil.
La ciencia económica nos dice también que una
situación de inseguridad estructural da origen a actitudes
antiproductivas y al derroche de recursos humanos, en cuanto que el
trabajador tiende a adaptarse pasivamente a los mecanismos automáticos,
en vez de dar espacio a la creatividad. También sobre este punto hay
una convergencia entre ciencia económica y valoración moral. Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos.
Además, se ha de recordar que rebajar las culturas a
la dimensión tecnológica, aunque puede favorecer la obtención de
beneficios a corto plazo, a la larga obstaculiza el enriquecimiento
mutuo y las dinámicas de colaboración. Es importante distinguir entre
consideraciones económicas o sociológicas a corto y largo plazo.
Reducir el nivel de tutela de los derechos de los trabajadores y
renunciar a mecanismos de redistribución del rédito con el fin de que
el país adquiera mayor competitividad internacional, impiden consolidar
un desarrollo duradero. Por tanto, se han de valorar cuidadosamente las
consecuencias que tienen sobre las personas las tendencias actuales
hacia una economía de corto, a veces brevísimo plazo. Esto exige «una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines»[84]
, además de una honda revisión con amplitud de miras del modelo de
desarrollo, para corregir sus disfunciones y desviaciones. Lo exige, en
realidad, el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere sobre
todo la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son
evidentes en todas las partes del mundo desde hace tiempo.
33. Más de cuarenta años después de la Populorum progressio, su argumento de fondo, el progreso, sigue siendo aún un problema abierto,
que se ha hecho más agudo y perentorio por la crisis
económico-financiera que se está produciendo. Aunque algunas zonas del
planeta que sufrían la pobreza han experimentado cambios notables en
términos de crecimiento económico y participación en la producción
mundial, otras viven todavía en una situación de miseria comparable a
la que había en tiempos de Pablo VI y, en algún caso, puede decirse que
peor. Es significativo que algunas causas de esta situación fueran ya
señaladas en la Populorum progressio,
como por ejemplo, los altos aranceles aduaneros impuestos por los
países económicamente desarrollados, que todavía impiden a los
productos procedentes de los países pobres llegar a los mercados de los
países ricos. En cambio, otras causas que la Encíclica sólo esbozó, han
adquirido después mayor relieve. Este es el caso de la valoración
del proceso de descolonización, por entonces en pleno auge. Pablo VI
deseaba un itinerario autónomo que se recorriera en paz y libertad.
Después de más de cuarenta años, hemos de reconocer lo difícil que ha
sido este recorrido, tanto por nuevas formas de colonialismo y
dependencia de antiguos y nuevos países hegemónicos, como por graves
irresponsabilidades internas en los propios países que se han
independizado.
La novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria,
ya comúnmente llamada globalización. Pablo VI lo había previsto
parcialmente, pero es sorprendente el alcance y la impetuosidad de su
auge. Surgido en los países económicamente desarrollados, este proceso
ha implicado por su naturaleza a todas las economías. Ha sido el motor
principal para que regiones enteras superaran el subdesarrollo y es, de
por sí, una gran oportunidad. Sin embargo, sin la guía de la caridad en
la verdad, este impulso planetario puede contribuir a crear riesgo de
daños hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones en la familia
humana. Por eso, la caridad y la verdad nos plantean un compromiso
inédito y creativo, ciertamente muy vasto y complejo. Se trata de ensanchar la razón y hacerla capaz de conocer y orientar estas nuevas e imponentes dinámicas,
animándolas en la perspectiva de esa «civilización del amor», de la
cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura.
Discurso
del San Juan Pablo II, leído por el Card. Agostino Casaroli, a los
trabajadores procedentes de toda Europa. 15 de mayo de 1981
La Iglesia del siglo XIX se hallaba frente a un
desafío decisivo. Durante siglos ella había permanecido arraigada en
una sociedad de tipo agrícola. Pero entonces se descubrió anunciadora
del Evangelio a una nueva forma de sociedad, la industrial. Le tocó la
tarea de desenmascarar los nuevos caminos del egoísmo, de la codicia y
de la ambición de poder. Se trataba de defender de la explotación el
trabajo y a los trabajadores. Los grandes beneficios debían ser puestos
al servicio del bienestar común. Era preciso resolver, mediante el amor
y la justicia, los conflictos que surgían. Había que oponerse a
ideologías que no podían satisfacer la dimensión global del hombre y de
sus necesidades. Había que exigir el salario justo, la seguridad para
el sostenimiento de la familia, el derecho de asociación, la protección
de los más débiles y una legislación social.
3. Tampoco hoy han sido superados estos varios
imperativos; se recuerdan siempre, aun cuando la situación social de
entonces no se puede comparar con la presente. La historia ha hecho
progresos enormes. Y así también la doctrina social de la Iglesia debía
continuar escribiéndose: el Papa Pío XI compuso la Encíclica Quadragesimo anno (1931); Pío XII lanzó el mensaje radiofónico del 1 de junio de 1941; Juan XXIII publicó las Encíclicas Mater et Magistra(1961) y Pacem in terris (1963); Pablo VI la Populorum progressio (1968), y la Carta Apostólica Octogesima adveniens (1971).
Pero es importante que estos documentos sean
conocidos y, sobre todo, que su inquietud pastoral os penetre a cada
uno de vosotros, más aún, a cada uno de los cristianos. Es necesario
comprobar la fecundidad de la doctrina social cristiana mediante la
vida; y es necesario irradiar sobre los otros la benéfica luz del
Evangelio mediante el compromiso concreto, el testimonio en el trabajo,
la actividad de promoción. En nuestros días la cuestión social ha
adquirido una dimensión compleja y universal que tiene necesidad
siempre de una norma ética. Así, no es posible buscar la justicia sólo
a mero nivel económico, cuando se la conculca después en el plano de
las libertades individuales o asociativas o de las necesidades
espirituales de cada uno. Si se quiere promover al hombre, hay que
hacerlo de manera integral, sin perder nunca de vista la plenitud de su
dignidad y toda su verdad histórica. Es necesario no perder nunca de
vista a Cristo, que ha querido ser conocido como el "Hijo del
carpintero", y ser El mismo hombre del trabajo. Es necesario tener
siempre presente esto, comprometerse por esto: para que el hombre nunca
sea humillado en ninguno de sus componentes, entre los cuales es
fundamental el religioso, porque condiciona otros muchos.
El trabajo debe convertirse en un medio eficaz para
realizar la propia personalidad fuerte y generosa. Al mismo tiempo, le
permite también establecer vínculos más sólidos con la propia familia,
que forma la finalidad amorosa de sus fatigas; efectivamente, por ella
se gasta: para su sostenimiento y para su pleno éxito material y
espiritual. Por esto, si es verdad que el trabajo, con la inspiración
del Evangelio, ayuda al hombre a ser más hombre, entonces "no es un
bien tratar de poner a la Iglesia y al Evangelio del trabajo 'al
margen'. Con ello sufre la causa del hombre" (Discurso a los obreros de Terni, Italia,
19 de marzo de 1981, núm. 6). Al contrario, debéis insertar
profundamente en el mundo del trabajo vuestra viva fe cristiana, y
humanizarlo también mediante una referencia constante a vuestros seres
queridos.

Encuentro del Papa Juan Pablo II con los trabajadores y empresarios
07-11-1982, Viaje Apostólico a España. San Juan Pablo II
Queridos trabajadores y empresarios,
1. Me alegro de encontrarme hoy con vosotros en esta
hermosa ciudad de Barcelona. Os saludo con particular afecto, y os
agradezco vuestra cariñosa acogida, que me hace sentir tan a gusto
entre vosotros, como un amigo y hermano. Os pido desde el primer
momento que llevéis mi saludo a vuestros hijos y familias.
A vosotros, queridísimos trabajadores y trabajadoras,
a los presentes y a los ausentes, a los nativos de esta tierra o
provenientes de otras regiones, así como a los de toda España, vengo a
anunciaros el “Evangelio del trabajo”.
2. La Iglesia considera un deber suyo
imprescindible, en el campo social, ayudar “a consolidar la comunidad
humana según la ley divina” (Gaudium et Spes,
42), recordando la dignidad y los derechos de los trabajadores,
estigmatizando las situaciones en las que estos derechos son violados y
favoreciendo los cambios que conducen al auténtico progreso del hombre
y de la sociedad.
El trabajo responde al designio y a la voluntad de Dios. Las primeras páginas del Génesis nos presentan la creación como obra de Dios, el trabajo de Dios. Por esto, Dios llama al hombre a trabajar,
para que se asemeje a El. El trabajo no constituye, pues, un hecho
accesorio ni menos una maldición del cielo. Es, por el contrario, una
bendición primordial del Creador, una actividad que permite al
individuo realizarse y ofrecer un servicio a la sociedad. Y que además
tendrá un premio superior, porque, “no es vano en el Señor” (1 Cor. 15, 58).
Pero la proclamación más exhaustiva del “Evangelio
del trabajo” la hizo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre —y hombre del
trabajo manual— sometido al duro esfuerzo. El dedicó gran parte de su
vida terrena al trabajo de artesano e incorporó el mismo trabajo a su
obra de salvación.
3. Por parte mía, en estos cuatro años de
pontificado, no he dejado de proclamar, en mis Encíclicas y Catequesis,
la centralidad del hombre, su primado sobre las cosas y la importancia
de la dimensión subjetiva del trabajo, fundada sobre la dignidad de la
persona humana. En efecto, el hombre es, en cuanto persona, el centro
de la creación; porque sólo él ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Llamado a “dominar la tierra” (Gen. 1, 28) con la
perspicacia de su inteligencia y con la actividad de sus manos, él se
convierte en artífice del trabajo - tanto manual como intelectual -
comunicando a su quehacer la misma dignidad que él tiene.
El concepto cristiano del trabajo, amigos y
hermanos trabajadores, ve en éste una llamada a colaborar con el poder
y amor de Dios, para mantener la vida del hombre y hacerla más
correspondiente a su designio. Así entendido, el trabajo no es una
necesidad biológica de subsistencia, sino un deber moral; es un acto de
amor y se convierte en alegría: la alegría profunda de darse, por medio
del trabajo, a la propia familia y a los demás, la alegría íntima de
entregarse a Dios, y de servirlo en los hermanos, aunque tal donación
conlleva sacrificios. Por eso el trabajo cristiano tiene un sentido
pascual.
La consecuencia lógica es que todos tenemos el deber
de hacer bien nuestro trabajo. Si queremos realizarnos debidamente, no
podemos rehuir nuestro deber ni conformarnos con trabajar
mediocremente, sin interés, sólo por cumplir.
4. Vuestra laboriosidad tenaz y vuestro sentido de
responsabilidad os hacen comprender, queridos hermanos y hermanas, qué
lejos están del concepto cristiano del trabajo —y hasta de una recta
visión del orden social— determinadas actitudes de desinterés, de
derroche de tiempo y de recursos, que se están difundiendo en nuestros
días, tanto en el sector público como en el privado. Por no hablar del
fenómeno del absentismo, un mal social que no sólo toca la
productividad, sino que ofende las esperanzas y sufrimientos de quien
busca y reclama desesperadamente una ocupación.
Dentro del esfuerzo que empuja a creyentes y hombres
de buena voluntad hacia el logro de una sociedad verdaderamente humana,
la Iglesia quiere estar presente por fidelidad al Evangelio - “Buena
Nueva” de salvación para todos, pero especialmente para los pobres y
los oprimidos - recordando las enseñanzas que provienen de la palabra
del Señor:
- El trabajo es ciertamente un bien del hombre y para el hombre. A este respecto, en la encíclica “Laborem Exercens”, he subrayado que “el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo” (IOANNIS PAULI PP. II Laborem Exercens,
6). El meollo de la doctrina social cristiana sobre el trabajo se
centra aquí: no se llega al recto concepto del trabajo si no se está en
estrecha dependencia con el recto concepto del hombre.
- El trabajo y la laboriosidad constituyen un deber y un servicio a la célula familiar,
a su vida, unidad, desarrollo y perfeccionamiento. Por esto, “la razón
de ser de la familia —decía hace tres años a los obreros polacos— es
uno de los factores fundamentales que determinan la economía y la
política del trabajo”.
- La naturaleza rectamente entendida del trabajo no sólo respeta las exigencias del bien común,
sino que dirige y transforma toda actividad laboral en cooperación
eficaz al bien de todos, enriqueciendo así el patrimonio de la familia
humana.
5. Lo dicho anteriormente me lleva a tocar
brevemente un problema que no es exclusivo de España, pero que la
afecta en buen grado: me refiero al paro.
La falta de trabajo va contra el “derecho al
trabajo”, entendido en el contexto global de los demás derechos
fundamentales, como una necesidad primaria, y no un privilegio, de
satisfacer las necesidades vitales de la existencia humana a través de
la actividad laboral.
Es un problema urgente y que debe empujar a cada
cristiano a asumir sus responsabilidades en nombre del Evangelio y de
su mensaje de justicia, de solidaridad y de amor.
De un paro prolongado nace la inseguridad, la falta
de iniciativa, la frustración, la irresponsabilidad, la desconfianza en
la sociedad y en sí mismos; se atrofian así las capacidades de
desarrollo personal; se pierde el entusiasmo, el amor al bien; surgen
las crisis familiares, las situaciones personales desesperadas, y se
cae entonces fácilmente - sobre todo los jóvenes - en la droga, el
alcoholismo y la criminalidad.
Sería falaz y engañoso considerar este angustioso
fenómeno, que se ha hecho ya endémico en el mundo, como producto de
circunstancias pasajera s o como un problema meramente económico o
socio-político. En realidad constituye un problema ético, espiritual, porque es síntoma de la presencia de un desorden moral existente en la sociedad, cuando se infringe la jerarquía de los valores.
6. La Iglesia, a través de su Magisterio social, recuerda que las vías de solución justa de este grave problema exigen hoy una revisión del orden económico en su conjunto.
Es necesaria una planificación global y no simplemente sectorial de la
producción económica: es necesaria una correcta y racional organización
del trabajo, no sólo a nivel nacional, sino también internacional; es
necesaria la solidaridad de todos los hombres del trabajo.
El Estado no puede resignarse a tener que soportar
crónicamente un fuerte desempleo: la creación de nuevos puestos de
trabajo debe constituir para él una prioridad tanto
económica como política. Pero también los empresarios y los
trabajadores deben favorecer la superación de la falta de puestos de
trabajo: manteniendo unos el ritmo de producción en sus empresas, y
rindiendo otros con la debida eficiencia en su trabajo, dispuestos a
renunciar, por solidaridad, al “doble” empleo y al recurso sistemático
al trabajo “extraordinario”, que reducen de hecho las posibilidades de
admisión para los desocupados.
Hay que crear con todos los medios posibles una
economía que esté al servicio del hombre. Para superar los contrastes
de intereses privados y colectivos; para vencer los egoísmos en la
lucha por la subsistencia, se impone en todos un verdadero cambio de actitudes, de estilo de vida, de valores; se impone una auténtica conversión de corazones, de mentes y de voluntades: la conversión al hombre, a la verdad por el hombre.
Me he detenido especialmente en este argumento tan
actual. Sé que os preocupan otros muchos problemas referentes al
salario, condiciones higiénico-sanitarias en el trabajo, protección
contra accidentes laborales, el papel del sindicato, la participación
en la gestión y beneficios de la empresa, y la adecuada protección a
los trabajadores venidos de otras partes.
Se trata de una problemática compleja y vital para
vosotros; pero quiero repetiros una vez más: no olvidéis que el trabajo
tiene como característica primordial la de unir a los hombres: “En esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir una comunidad” (IOANNIS PAULI PP. II Laborem Exercens,
20). Haced hincapié en ella y en los grandes valores cristianos
que os animan. Llevad vuestra serenidad y confianza al lugar de
trabajo. Iluminad vuestros ambientes de caridad y esperanza: así os
resultará más fácil encontrar soluciones justas.
7. Permitidme ahora, queridos trabajadores y trabajadoras, que dirija mi palabra a otra clase de trabajadores de España: los empresarios, industriales, altos dirigentes, consejeros calificados de la vida socio-económica y promotores de complejos industriales.
Saludo y rindo honor en vosotros a los creadores de
puestos de trabajo, empleo, servicios y enseñanza profesional; a todos
los que en esta querida España dan trabajo y sustento a una gran
muchedumbre de trabajadores y trabajadoras. El Papa os expresa su
estima y gratitud por la alta función que cumplís al servicio del
hombre y de la sociedad. También a vosotros anuncio el “Evangelio del
trabajo”.
Y al invitaros a reflexionar sobre la concepción cristiana de la empresa,
quisiera ante todo recordaros que, por encima de sus aspectos técnicos
y económicos - en lo que sois maestros - hay uno más profundo: el de su
dimensión moral. Economía y técnica, en efecto, no tienen sentido si no son referidas al hombre, al que deben servir.
De hecho, el trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo; por consiguiente, también la empresa es para el hombre, y no el hombre para la empresa.
Superar la innatural e ilógica antinomia entre capital y trabajo
—exasperada a menudo artificialmente por una lucha de clases programada
- es, para una sociedad que quiere ser justa, una exigencia
indispensable, fundada sobre la primacía del hombre sobre las cosas.
Solamente el hombre - empresario u obrero— es sujeto del trabajo y es
persona; el capital no es más que “un conjunto de cosas” (IOANNIS PAULI
PP. II Laborem Exercens, 12).
8. El mundo económico —lo sabéis bien— está sufriendo desde hace tiempo una gran crisis.
La cuestión social, de un problema “de clases” se ha transformado en un
problema “mundial”. La evolución de las fuentes de energía y la
incidencia de fuertes intereses políticos en este campo, han creado
nuevos problemas, provocando la puesta en duda de ciertas estructuras
económicas hasta ahora consideradas indispensables e intocables, y
haciendo cada vez más difícil su dirección.
Ante tales dificultades, no vaciléis; no dudéis de
vosotros mismos; no caigáis en la tentación de abandonar la empresa,
para dedicaros a actividades profesionales egoístamente más tranquilas
y menos comprometedoras. Superad estas tentaciones de evasión y seguid
valientemente en vuestro puesto; esforzándoos en dar cada vez un rostro
más humano a la empresa, pensando en la gran aportación que ofrecéis al
bien común cuando abrís nuevas posibilidades de trabajo.
En el desarrollo de la revolución industrial se
cometieron en el pasado, también por parte de los empresarios, errores
no pequeños. No por ello hay que dejar de reconocer y alabar
públicamente, queridos industriales, vuestro dinamismo, espíritu de
iniciativa, férrea voluntad, capacidad de creatividad y de riesgo, que
han hecho de vosotros una figura clave en la historia económica y
frente al futuro.
9. Por su misma dinámica intrínseca la empresa está llamada a realizar, bajo vuestro impulso, una función social —que es profundamente ética—:
la de contribuir al perfeccionamiento del hombre, de cada hombre, sin
ninguna discriminación; creando las condiciones que hacen posible un
trabajo en el que, a la vez que se desarrollan las capacidades
personales, se consiga una producción eficaz y razonable de bienes y
servicios, y se haga al obrero consciente de trabajar realmente “en
algo propio”.
La empresa es, por tanto, no solamente un organismo, una estructura de producción, sino que debe transformarse en comunidad de vida,
en un lugar donde el hombre convive y se relaciona con sus semejantes;
y donde el desarrollo personal no sólo es permitido sino fomentado. El
enemigo principal de la concepción cristiana de la empresa, ¿no es
quizá un cierto funcionalismo que hace de la eficacia el postulado único e inmediato de la producción y del trabajo?
Las relaciones de trabajo son, ante todo, relaciones entre seres humanos
y no pueden medirse con el único método de la eficacia. Vosotros
mismos, queridos empresarios presentes, si queréis que vuestra
actividad profesional sea coherente con vuestra fe, no os conforméis
con que “las cosas marchen”, que sean eficaces, productivas y
eficientes; sino buscad más bien que los frutos de la empresa redunden
en beneficio de todos por medio de la promoción humana global y el
perfeccionamiento personal de aquellos que trabajan a vuestro lado y
colaboran con vosotros.
Sé que la realidad socio-económica es por su misma
naturaleza bastante compleja, hasta el punto de parecer difícilmente
gobernable en los momentos de crisis agudas, sobre todo cuando adquiere
proporciones planetarias. Sin embargo, es precisamente en tales
situaciones cuando conviene dejarse guiar por un gran sentido de justicia y por una total confianza en Dios. En los tiempos difíciles y duros para todos —como son los de las crisis económicas— no se puede abandonar a su suerte a los obreros, sobre todo a los que —como los pobres, los inmigrantes— sólo tienen sus brazos
para mantenerse. Conviene recordar siempre un principio importante de
la doctrina social cristiana: “La jerarquía de valores, el sentido
profundo del trabajo mismo exigen que el capital esté en función del
trabajo, y no el trabajo en función del capital”.
10. Y ahora, al finalizar nuestro encuentro, quiero
deciros una última palabra, queridos hermanos obreros y queridos
empresarios de España:
¡Sed solidarios!
El tiempo en que vivimos exige con urgencia que en
la convivencia humana, nacional e internacional, cada persona y grupo
superen sus posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales
que tienden a hacer más difícil el diálogo e ineficaz el esfuerzo de
colaboración.
La Iglesia no ignora la presencia de tensiones e
incluso conflictos en el mundo del trabajo. ¡Pero no es con los
antagonismos o con la violencia como se resuelven las dificultades!
¿Por qué no buscar vías de solución entre las partes? ¿Por qué rechazar
el diálogo paciente y sincero? ¿Por qué no recurrir a la buena voluntad
de escucha, al mutuo respeto, al esfuerzo de búsqueda leal y
perseverante, aceptando acuerdos incluso parciales, pero portadores
siempre de nuevas esperanzas?
El trabajo tiene en sí una fuerza, que puede dar vida a una comunidad: la solidaridad. La solidaridad del trabajo,
que espontáneamente se desarrolla entre los que comparten el mismo tipo
de actividad o profesión, para abrazar con los intereses de los
individuos y de los grupos el bien común de toda la sociedad. La solidaridad con el trabajo,
es decir, con cada hombre que trabaja, la cual - superando todo egoísmo
de clase o intereses políticos unilaterales - se hace cargo del drama
de quien está desocupado o se encuentra en difícil situación de
trabajo. Finalmente, la solidaridad en el trabajo; una
solidaridad sin fronteras, porque está basada en la naturaleza del
trabajo humano, es decir, sobre la prioridad de la persona humana por
encima de las cosas.
Tal solidaridad, abierta, dinámica, universal por naturaleza, nunca será negativa; una “solidaridad contra”, sino positiva y constructiva, una “solidaridad para”, para el trabajo, para la justicia, para la paz, para el bienestar y para la verdad en la vida social.
11. ¡Amadísimos hermanos y hermanas!
Vuestra sensibilidad de creyentes, vuestra fe de
cristianos os ayude a vivir la Buena Nueva, el “Evangelio del trabajo”.
Sed conscientes de vuestra dignidad de trabajadores manuales o
intelectuales. Colaborad con espíritu de solidaridad en los problemas
sociales que os acosan. Sed levadura y presencia cristiana en cualquier
parte de España.
La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os apoya,
os quiere: sed siempre dignos de vuestras tradiciones religiosas y
familiares.
Permitidme que os recuerde, particularmente, que por
causa del trabajo no descuidéis vuestra familia y vuestros hijos. Y
emplead el descanso festivo para el encuentro renovado con Dios y la
sana diversión.
Confío a la Madre de Montserrat vuestras personas, hijos y familias.
Estimats treballadors i empresaris: Que Déu us ajudi a interessarvos al bé de tot home, vostre germá.
Para saber más
» Discurso a los Miembros del Movimiento Cristiano de Trabajadores
16-01-2016. Papa Francisco
» Discurso a la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice
25-05-2013. Papa Francisco
» “Duc in altum”, El Pensamiento social de Juan Pablo II
07-06-2003. Cardenal Jorge Mario Bergoglio
» Encíclica Centesimus annus.
01-05-1991. San Juan Pablo II
» Encíclica Sollicitudo rei socialis.
30-12-1987. San Juan Pablo II
» Encíclica Laborem exercens.
14-09-1981. San Juan Pablo II
» Carta Apostólica Octogesima adveniens.
14-05-1971. Beato Pablo VI
» Encíclica Populorum progressio.
26-03-1967. Beato Pablo VI
» Concilio Vaticano II. Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 23-39, 63-76...
» Encíclica Quadragesimo anno.
15-05-1931. Pío XI
» Encíclica Rerum novarum.
15-05-1891. León XIII
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