San Jorge, onomástico del Papa Francisco (pinchar aquí)
Papa Francisco: “En el mundo existe la lucha entre el bien y el mal, dicen los filósofos. Es la lucha entre el demonio y Dios. Esto existe todavía. Cuando a cada uno de nosotros le vienen las ganas de hacer una maldad. Esa pequeña maldad es una inspiración del diablo. Que a través de la debilidad que ha dejado en nosotros el pecado original te lleva a esto. Se hace el mal en las pequeñas cosas como en las cosas grandes”. “Es una guerra contra la verdad de Dios, la verdad de la vida, contra la alegría. Esta lucha entre el diablo y Dios dice la Biblia que continuará hasta el fin”. (Audiencia a la Federación Internacional de Pueri Cantores del 31 de diciembre de 2015, Aula Pablo VI).
Como propuesta a la libertad de nuestros lectores, y desde el más exquisito respeto hacia todas las personas, se introduce en este apartado, a la luz del Magisterio de la Iglesia Católica, una primera aproximación al tema del «combate» espiritual y la condición de los católicos como «soldados» de Cristo. Se trata de conceptos fuertes contenidos en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.
A modo de reflexión inicial ofrecemos algunas citas de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia
«El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2729).
«Tú, que eres mi hijo, fortalécete con la gracia de Cristo Jesús. Comparte mis fatigas, como buen soldado de Jesucristo» (2 Tm 2, 1. 3)
«He combatido bien mi batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (2 Tm 4, 7)
«Sed diligentes sin flojedad; fervorosos de espíritu, como quien sirve al Señor» (Rm 12, 11),
«Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado» (1 Tm 6, 12)
«La noche va ya muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz» (Rom 13, 12).
«Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas» (Ef 6, 12).
«Ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef 6, 14-17)
«El cristiano no es flojo y cobarde, sino fuerte y fiel»
(San Pablo VI, Encíclica Ecclesiam Suam, n. 20, 6-8-1964)
Algunos textos del Magisterio de la Iglesia Católica
Hemos agrupado los textos en tres apartados: Soldados de Cristo, Milicia de Cristo – Vencer al mal con el bien y el Combate espiritual
Soldados de Cristo
«Cristo es el verdadero Rey. Él mismo va adelante, y sus amigos lo siguen. Un soldado de Cristo participa en la vida de su Señor. Esta es también la llamada que os corresponde a vosotros: asumir las preocupaciones de Cristo, ser su compañero. Así, vosotros aprendéis día tras día a «sentir» con Cristo y con la Iglesia.» (Papa Francisco, Discurso a la Guardia Suiza Pontificia, 4-5-2015).
«La naturaleza del sacramento de la confirmación brota de esta concesión de fuerza que el Espíritu de Dios comunica a cada bautizado, para convertirlo —según la conocida terminología catequística en cristiano perfecto y soldado de Cristo, dispuesto a testimoniar con valentía su resurrección y su virtud redentora: “Y vosotros seréis mis testigos” (Act 1, 8)» (Papa San Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 25-5-1980).
«La Iglesia necesita esforzados soldados de Cristo, pertrechados con una fe intrépida, y preparados para realizar arduas empresas y llevar a los hombres de nuestro tiempo la nueva de la salvación.» (Papa San Pablo VI, Perlibenti animo: al Padre Jean Baptiste Janssens, con motivo del 150 aniversario de la restauración de la Compañía de Jesús, 20-8-1964).
«Es propio de cristianos afrontar rudas batallas; propio de los que, como buenos soldados de Cristo, le siguen más de cerca, soportar los más graves dolores. (…) Y de veras que hoy se necesita de unos tales robustos soldados de Cristo, que luchen con todas sus fuerzas para conservar incólume a la familia humana de la tremenda ruina en que caería si, despreciadas las doctrinas del Evangelio, se dejara prevalecer un orden de cosas que conculca no menos las leyes naturales que las divinas.» (Papa Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, 15-5-1931).
«Y bien sabemos que se cuentan en vuestras filas muchos desconocidos soldados de Cristo que, con el corazón dolorido, pero con la frente erguida, sobrellevan su suerte y buscan alivio solamente en la consideración de que sufren afrentas por el nombre de Jesús (cf Hech 5,41).» (Papa Pío XI, Encíclica Mit Brennender Sorge, 14-3-1937).
[La confirmación] «nos arma y nos adiestra como soldados de Cristo para confesar y defender públicamente su nombre contra los enemigos y contra el demonio, al mismo tiempo que nos distingue de los que, recientemente bautizados y no confirmados, se encuentran aún espiritualmente en la infancia (47)» (Catecismo Romano, Efectos de los Sacramentos).
«Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.
Revistámonos de fuerza, hermanos amadísimos, y preparémonos para la lucha con un espíritu incorrupto, con una fe sincera, con una total entrega. Que el ejército de Dios marche a la guerra que se nos declara.
El Apóstol nos indica cómo debemos revestirnos y prepararnos, cuando dice: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la Palabra de Dios.
Que estas armas espirituales y celestes nos revistan y nos protejan para que en el día de la prueba podamos resistir las asechanzas del demonio y podamos vencerlo.
Pongámonos por coraza la justicia para que el pecho esté protegido y defendido contra los dardos del Enemigo; calzados y armados los pies con el celo por el Evangelio para que, cuando la serpiente sea pisoteada y hollada por nosotros, no pueda mordernos y derribarnos.
Tengamos fuertemente embrazado el escudo de la fe para que, protegidos por él, podamos repeler los dardos del Enemigo.
Tomemos también el casco espiritual para que, protegidos nuestros oídos, no escuchemos los edictos idolátricos, y, protegidos nuestros ojos, no veamos los ídolos detestables. Que el casco proteja también nuestra frente para que se conserve incólume la señal de Dios, y nuestra boca para que la lengua victoriosa confiese a su Señor, Cristo.
Armemos la diestra con la espada espiritual para que rechace con decisión los sacrificios sacrílegos y, acordándose de la eucaristía, en la que recibe el cuerpo del Señor, se una a él para poder después recibir de manos del Señor el premio de la corona eterna.
Que estas verdades, hermanos amadísimos, queden esculpidas en vuestros corazones. Si meditamos de verdad en estas cosas, cuando llegue el día de la persecución, el soldado de Cristo, instruido por sus preceptos y advertencias, no sólo no temerá el combate, sino que se encontrará preparado para el triunfo.» (De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir, Carta 58, 8-9.11: CSEL 3, 663-666)
«Porque aquel que cada día contempla a los milites que en las batallas y en las guerras se señalan por su actividad, nunca quedará preso en la codicia de los deleites; ni estimará el vivir muelle y delicadamente, sino al revés la vida recia y dura y que prepara al combate. Porque ¿qué compañía puede haber entre la embriaguez y la batalla? ¿cuál entre el cuidado del vientre y la fortaleza? ¿cuál entre los ungüentos y las armas, la guerra y los banquetes? ¡Soldado de Cristo eres, carísimo hermano! ¡ármate y no te adornes mujerilmente! ¡Atleta eres noble! ¡obra varonilmente y no andes buscando la buena presentación! ¡Imitemos así a estos santos! ¡Honremos así a los fuertes atletas, a los guerreros coronados, a los amigos de Dios!
Y así, una vez que hayamos caminado por las sendas que ellos llevaron, recibiremos las mismas coronas que ellos! ¡Coronas que ojalá nos acontezca a todos alcanzar, por la gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos! Amén.» (San Juan Crisóstomo, X HOMILÍA encomiástica en honor de SAN BARLAÁN, mártir.)
Milicia de Cristo – Vencer al mal con el bien
«Ningún hombre, ninguna mujer de buena voluntad puede eximirse del esfuerzo en la lucha para vencer al mal con el bien. Es una lucha que se combate eficazmente sólo con las armas del amor.» (Papa San Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2005).
«Tú [San Benito] nos has enseñado que el cristiano, para ser realmente tal, debe “servir en la milicia de Cristo Señor, verdadero rey” (Regla, pról.), haciendo de Cristo el centro de la propia vida y de los propios intereses.» (Papa San Juan Pablo II, Oración a San Benito, n. 2, Monasterio de Santa Escolástica, 28-9-1980).
«No hay necesidad más urgente, venerables hermanos, que la de dar a conocer las inconmensurables riquezas de Cristo (Ef 3,8) a los hombres de nuestra época. No hay empresa más noble que la de levantar y desplegar al viento las banderas de nuestro Rey ante aquellos que han seguido banderas falaces y la de reconquistar para la cruz victoriosa a los que de ella, por desgracia, se han separado. ¿Quién, a la vista de una tan gran multitud de hermanos y hermanas que, cegados por el error, enredados por las pasiones, desviados por los prejuicios, se han alejado de la verdadera fe en Dios y del salvador mensaje de Jesucristo; quién, decimos, no arderá en caridad y dejará de prestar gustosamente su ayuda? Todo el que pertenece a la milicia de Cristo, sea clérigo o seglar, ¿por qué no ha de sentirse excitado a una mayor vigilancia, a una defensa más enérgica de nuestra causa viendo como ve crecer temerosamente sin cesar la turba de los enemigos de Cristo y viendo a los pregoneros de una doctrina engañosa que, de la misma manera que niegan la eficacia y la saludable verdad de la fe cristiana o impiden que ésta se lleve a la práctica, parecen romper con impiedad suma las tablas de los mandamientos de Dios, para sustituirlas con otras normas de las que están desterrados los principios morales de la revelación del Sinaí y el divino espíritu que ha brotado del sermón de la montaña y de la cruz de Cristo? Todos, sin duda, saben muy bien, no sin hondo dolor, que los gérmenes de estos errores producen una trágica cosecha en aquellos que, si bien en los días de calma y seguridad se confesaban seguidores de Cristo, sin embargo, cuando es necesario resistir con energía, luchar, padecer y soportar persecuciones ocultas y abiertas, cristianos sólo de nombre, se muestran vacilantes, débiles, impotentes, y, rechazando los sacrificios que la profesión de su religión implica, no son capaces de seguir los pasos sangrientos del divino Redentor.» (Papa Pío XII, Encíclica Summi Pontificatus, 20-10-1939).
El combate espiritual, el combate de la fe, el combate cristiano
Catecismo de la Iglesia Católica (sólo algunos textos)
«405 Aunque propio de cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.»
«Un duro combate…
407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña «la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo» (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: «el pecado del mundo» (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo que «todo entero yace en poder del maligno» (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).»»
«1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho «santos e inmaculados ante Él» (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es «santa e inmaculada ante Él» (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).»
«1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra… “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.»
«2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).»
«2725 (…) El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración» + Magisterio sobre el combate de la oración (pinchar aquí)
«2752 La oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del “combate espiritual” necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.»
«2819 “El Reino de Dios […] [es] justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
«Solo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae 5, 13).»
«No nos dejes caer en la tentación» (…)
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que “nos guarde en su Nombre” (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16, 15).»
«2857 En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.»
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 310
«Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón de los pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu; el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.»
Concilio Vaticano II
«A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.» (Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 37).
Papa Francisco
«Os encomiendo a todos a la Virgen María, a quien veneráis como Nuestra Señora de las Victorias. Ahora, en silencio, vamos a rezarle. «Dios te salve, María…». Qué ella os sostenga en el combate espiritual y os oriente con decisión hacia la victoria de la Resurrección.» (Visita pastoral a la diócesis de Piazza Armerina: Encuentro con los fieles, 15-9-2018).
«Él [Jesús] enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21)» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2017).
«Que María, Madre inmaculada, sin pecado, sostenga nuestro combate espiritual contra el pecado» (Homilía en la Santa Misa, bendición e imposición de la ceniza, 18-2-2015).
«Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal.» (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 85, 24-11-2013).
«La oración con María, en particular el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices. También el Rosario nos sostiene en la batalla.» (Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María – Santa Misa en Castelgandolfo, 15-8-2013).
Papa Benedicto XVI
«No tengamos miedo, por lo tanto, de afrontar también nosotros el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.» (Ángelus, 17-2-2013).
«La Cuaresma es como un largo «retiro» durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de «combate» espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.» (Ángelus, 21-2-2010).
«El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y al nihilismo, a esa visión del mundo que no logra transcender lo que es constatable experimentalmente, y se abate desconsolada en un sentimiento de la nada, que sería la meta definitiva de la existencia humana. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, el «vacío» acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria. Pero, precisamente hoy, irrumpe con fuerza el anuncio de la resurrección del Señor, que responde a la pregunta recurrente de los escépticos, referida también por el libro del Eclesiastés: «¿Acaso hay algo de lo que se pueda decir: “Mira, esto es nuevo?”» (Qo 1,10). Sí, contestamos: todo se ha renovado en la mañana de Pascua. “Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta” (Secuencia Pascual). Ésta es la novedad. Una novedad que cambia la existencia de quien la acoge, como sucedió a lo santos.» (Mensaje Urbi et Orbi – Pascua 2009, 12-4-2009).
«Como le sucedió a Jesús, toda la vida de los que están llamados a seguirlo más de cerca es un combate espiritual, que se libra y se vence correspondiendo generosa y alegremente a la gracia de Dios y a su inquebrantable fidelidad. “Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará” (Si 2, 6), exhorta el Sirácida. Y prosigue: “Los que teméis al Señor, confiaos a él” (Si 2, 8). Pero, al mismo tiempo, sugiere actitudes de sabiduría: “Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente, porque en el fuego se purifica el oro; y los aceptos a Dios, en el honor de la humillación” (Si 2, 4-5).» (Homilía en el Funeral del Cardenal Antonio Innocenti, 10-9-2008).
«Cada día, pero especialmente en Cuaresma, el cristiano debe librar un combate, como el que Cristo libró en el desierto de Judá, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo, y luego en Getsemaní, cuando rechazó la última tentación, aceptando hasta el fondo la voluntad del Padre.» (Homilía en la Bendición e imposición de la ceniza en la Basílica de Santa Sabina, 1-3-2006).
Papa San Juan Pablo II
«La Iglesia, experta maestra de humanidad y de santidad, nos indica instrumentos antiguos y siempre nuevos para el combate diario contra las sugestiones del mal: son la oración, los sacramentos, la penitencia, la escucha atenta de la palabra de Dios, la vigilancia y el ayuno.» (Ángelus, 17-2-2002).
«La pureza de corazón es, por tanto, una tarea para el hombre, que debe realizar constantemente el esfuerzo de luchar contra las fuerzas del mal, contra las que empujan desde el exterior y las que actúan desde el interior, que lo quieren apartar de Dios. Y, así, en el corazón del hombre se libra un combate incesante por la verdad y la felicidad. Para lograr la victoria en este combate, el hombre debe dirigirse a Cristo: sólo puede triunfar si está robustecido por la fuerza de su cruz y su resurrección. «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro» (Sal 50, 12), exclama el salmista, consciente de la debilidad humana, porque sabe que para ser justo ante Dios no basta el esfuerzo humano.» (Homilia, Sandomierz, 12-6-1999).
«Al poner a nuestro lado a su ángel, el Señor quiere acompañar todo momento de nuestra existencia con su amor y con su protección, para que podamos librar la buena batalla de la fe (cf. 1 Tm 6, 12) y testimoniar sin temor y sin vacilaciones nuestra adhesión a él, que murió y resucitó por nuestra redención.» (Regina Coeli, Lunes del Ángel, 31-3-1997).
«»Morir en Cristo» significa también, queridos hermanos y hermanas, fortificarse para aquel momento decisivo con los «signos santos» del «paso pascual»: el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con el Padre y con todas las creaturas; el santo Viático, Pan de vida y medicina de inmortalidad; y la Unción de los enfermos, que da vigor al cuerpo y al espíritu para el combate supremo.» (Ángelus, 5-11-1989).
«Que la Santísima Virgen María endulce la fatiga del camino, nos haga más llevaderas las exigencias del combate espiritual, nos infunda valentía en la lucha y en soportar las pruebas, y así, sostenidos por Ella, llegaremos felizmente allí dónde reinan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.» (Ángelus, 20-11-1988).
«Luchad con denuedo contra el pecado, contra las fuerzas del mal en todas sus formas, luchad contra el pecado. Combatid el buen combate de la fe por la dignidad del hombre, por la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios. Vencer el pecado mediante el perdón de Dios es una curación, es una resurrección. Hacedlo con plena conciencia de vuestra responsabilidad irrenunciable.» (Viaje apostólico a Chile: Discurso a los jóvenes de Santiago, 2-4-1987).
Papa San Juan XXIII
«En este día de Pascua nuestra alegría más íntima de buenos cristianos es la de rendir homenaje a Jesucristo, Redentor glorioso e inmortal en los siglos, vencedor de la muerte y de la humana maldad: la maldad del primer pecado del hombre y de todos los pecados del mundo.
¿Cómo no estar agradecidos al Hijo de Dios e Hijo de María, en virtud de cuya sangre preciosa se invoca el perdón para sus mismos verdugos y para la humanidad pecadora toda entera, a fin de que su suerte sea remediada y asegurada su redención y salud eterna?
Este sufrir, este morir tan doloroso y humillante que hemos seguido estos días con el corazón conmovido, fue, sin embargo, una lucha gloriosa. Lo hemos recordado en tono de triunfo al cantar en la liturgia pascual: «Mors et vita duello conflixere mirando»: la muerte y la vida trabaron grandiosa lucha, pero el autor de la vida fue el vencedor, que siempre vive y reina: Dux vitae mortuus regnat vivus.
Pues bien, queridos hijos, lo sabéis, lo estáis experimentando, ese combate continúa aún en la tierra. Todos nosotros lo estamos presenciando y tenemos parte en él. Por un lado está Cristo con sus representantes y seguidores en la Iglesia, en santa elevación y hermandad; y con la Iglesia bendita están la buena doctrina, la verdad, la justicia y la paz; por otro lado campea el espíritu anticristiano, que es error, falsa concepción de la vida íntima y social, despotismo y violencia aun material, desorden nefasto y ruinoso.» (Mensaje Urbi et Orbi – Pascua 1960, 17-4-1960)
Papa Pío XI
«Tampoco podrá ser vencido el mal que hoy atormenta a la humanidad si no se acude a una santa e insistente cruzada universal de oración y penitencia» (Encíclica Divini Redemptoris, 19-3-1937).
Papa León XIII
«Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímalo Dios, pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, lanza al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos, que discurren por el mundo para la perdición de las almas». (Oración a San Miguel Arcángel).
San Ambrosio
«El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31)» (De Sacramentis, 5, 30).
Red Mundial de Oración del Papa (#PrayForTheChurch)