«HACIA LA SANTIDAD CON NICANOR ASCANIO»
Carta del Obispo a todos los diocesanos de Alcalá de Henares
Queridos diocesanos de Alcalá de Henares:
El pasado día 20 exultábamos de gozo por la canonización de san Nicanor Ascanio, el primer hijo de nuestra Iglesia particular declarado santo desde la reinstauración de nuestra Diócesis. Un nutrido grupo de feligreses, sobre todo de Villarejo de Salvanés, pueblo natal de san Nicanor, encabezados por su párroco, D. José Luis Loriente y D. Fermín Peiró, paisano del santo, además de un servidor, pudimos desplazarnos a Roma para participar en la solemne celebración, presidida por el Papa Francisco, en la que también fueron canonizados otros siete mártires franciscanos, tres mártires laicos maronitas y tres fundadores de comunidades religiosas.
El martirio de san Nicanor Ascanio y sus compañeros tuvo lugar en Damasco en 1860, a manos de militares drusos, en el marco de la persecución islámica contra los cristianos. Nuestros franciscanos tuvieron la posibilidad de abandonar su convento de san Pablo, para refugiarse en la residencia del gobernador, pero ellos declinaron esta invitación para no dejar a su suerte a la gente que había acudido a ellos buscando protección. La noche del 9 al 10 de julio, antes de que los drusos entraran en el convento, el superior administró el sacramento de la confesión y dio la comunión a sus hermanos religiosos, consumiendo la reserva del Santísimo Sacramento para que no fuera profanada. Una vez que irrumpieron los militares, los franciscanos, por negarse a renunciar a su fe cristiana, fueron decapitados.
San Nicanor Ascanio tomó el hábito de los Hermanos Menores Franciscanos solo con 16 años. Fue un hombre de oración y penitencia, que trabajó como sacerdote en nuestra Diócesis, como coadjutor en Villarejo y cura de Valdaracete. Se conservan testimonios de sus predicaciones en Perales y Tielmes. En sus años juveniles había soñado con ser mártir de Jesucristo y la venerable Sor María de los Dolores, muerta con fama de santidad, le había asegurado que sería misionero en Tierra Santa y allí recibiría la palma del martirio. Una vez que llegó a Jerusalén, oró fervorosamente ante la gruta de Belén, en Getsemaní, el Calvario y el Sepulcro. Su superior le envió entonces a Damasco a aprender árabe. Cuando los drusos le obligaron a renunciar a su fe cristiana, en cuanto pudo comprender lo que se le pedía, rápidamente confesó su fe cristiana y fue decapitado. Tenía 46 años.
La canonización de san Nicanor es una ocasión para preguntarnos sobre la radicalidad con la que estamos viviendo nuestra vida cristiana. La santidad es para todos. El Señor no pide el martirio a todos, ni siquiera que hagamos cosas extraordinarias, pero sí que “vivamos el momento presente colmándolo de amor”, como decía el Cardenal Van Thuan. Que aprovechemos las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria (cfr. Francisco, Exhortación Gaudete et exsultate, n. 17). Hay tres claves para crecer en santidad: ser cada día “más de Dios”, por medio de la oración; ser cada día “menos de nosotros”, por medio de la abnegación; y ser cada día “más para los demás”, por medio de la caridad. Habiendo celebrado la fiesta de Todos los Santos, decidámonos a dar un paso decisivo hacia el cielo. Que san Nicanor Ascanio interceda por nosotros.
Recibid mi saludo y mi bendición.
+ Antonio Prieto Lucena
Obispo complutense