LA FAMILIA, PORTADORA DE LA BUENA NOTICIA
Carta del Obispo a todos los diocesanos de Alcalá de Henares
29 de diciembre de 2023
Queridos diocesanos de Alcalá de Henares:
En el último día del año 2023, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, una de las más entrañables del año litúrgico. El Papa León XIII la instituyó para que todas las familias cristianas encontraran en Jesús, María y José un modelo a imitar y un estímulo para vivir su específica llamada a la santidad, en la Iglesia.
Jesús quiso nacer y crecer en el seno de una familia. Siendo de condición divina, comenzó a experimentar nuestra existencia humana en el contexto de una familia pobre y trabajadora, que tendría muchos momentos de paz y alegría, pero en la que no faltaron momentos difíciles, de persecución, de incomprensiones, de emigración y de muerte.
La Sagrada Familia es una escuela de virtudes para todas las familias cristianas. En Nazaret, se aprende a confiar en Dios y hacer su voluntad. Se educa nuestra capacidad de silencio y oración. Se nos invita a cuidar la acogida, la comprensión, el servicio, el amor y la fortaleza en las dificultades. La Sagrada Familia es una invitación a vivir en paz y en armonía, superando los problemas que inevitablemente surgen cuando la convivencia es estrecha y frecuente. En Nazaret aprendemos que, para que una familia funcione, hay que poner a Jesús en el centro. No es cuestión de voluntarismo ni filantropía, es cuestión de fe. Una fe que ilumina todos los acontecimientos diarios, alegres y desagradables, como una ocasión para dar la vida y santificar el momento presente.
No olvidemos el papel decisivo que, en la familia, juegan los abuelos. El Libro del Eclesiástico nos recuerda el amor y el respeto con el que los hijos deben cuidar a sus padres, también cuando se hacen mayores: “Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros” (Eclo 3,3). En relación a los ancianos, el Papa Francisco nos invita a contrarrestar la “cultura del descarte” y a practicar la “revolución de la ternura”. En nuestros días, los abuelos están siendo verdaderos evangelizadores de sus nietos, ayudándoles desde pequeños en el camino de la fe, con su ejemplo y con su palabra oportuna.
La Jornada de la Sagrada Familia de este año tiene como lema: “La familia, portadora de la buena noticia”. En una sociedad como la nuestra, en la que se exalta un individualismo exasperado, la familia sigue siendo una fuente de esperanza. El egoísmo individualista provoca rupturas dolorosas, incomunicación, soledad y aislamiento. La “idolatría del propio yo” genera una tristeza tan profunda que solo se cura con un amor infinito, como es el amor de Dios, que resplandece en la familia (cfr. EG 265).
En efecto, la familia, – que se funda en el amor único, exclusivo, fiel y fecundo de un hombre y una mujer -, genera una comunidad de amor incondicional, que es como un techo bajo el que cobijarse. Sin familia, vivimos a la intemperie. Desde este punto de vista, la familia es un tesoro inapreciable para una sociedad sin vínculos, como la nuestra. La familia es una “buena noticia” que no pasa de moda, que es capaz de sanar heridas del corazón humano que nadie más puede sanar.
“¡Familia, sé lo que eres!”, gritaba San Juan Pablo II en su exhortación Familiaris consortio (n. 17). Es una pena que muchas familias no sean conscientes del don de Dios que han recibido en el Sacramento del Matrimonio, como signo eficaz de la presencia de Cristo, que acompaña a la familia en cada momento de su vida. Cuando se descubre este don de la presencia de Cristo, la familia siente el deseo de compartirlo con otras familias. La familia, discípula de Cristo, se convierte así en misionera de Cristo. Es lo que vemos en los movimientos familiaristas, con los que el Espíritu Santo ha enriquecido a la Iglesia en las últimas décadas.
En nuestros días, en los que, a causa del individualismo, las relaciones personales son cada vez más frágiles e inestables, surgen serios interrogantes contra la vigencia de la institución familiar. Es urgente alzar la voz para reivindicar el papel insustituible de la familia para la sociedad y para la Iglesia. Hoy, más que nunca, es necesario luchar por la familia, para que se reconozcan sus derechos inalienables y para que reciba la protección social que necesita.
Sin embargo, la defensa de la familia no será posible sin el testimonio concreto, sincero y gozoso de muchas familias en las que resplandezca la alegría del Evangelio y la presencia de Cristo resucitado. Sin ese testimonio, el mensaje de la Iglesia sobre la familia corre el riesgo de encontrar la oposición frontal de las ideologías dominantes, o de quedar ahogado en el mar de palabras sin contenido que sobreabundan en nuestro ambiente cultural.
No sirve de nada quejarse. Podemos comenzar esta revolución si cada uno de nosotros se dedica a cuidar de su propia familia, lo cual supone dedicarle tiempo y nuestras mejores energías. Hay que hablar con los hechos más que con las palabras. Hay que dejar que predique el gigante mudo del buen ejemplo. En este cambio de año, recemos por las familias, especialmente por las que sufren y lo pasan peor.
Recibid mi saludo y mi bendición.
+ Antonio Prieto Lucena
Obispo complutense