Carta del obispo a todos los diocesanos complutenses: «Una Cuaresma llena de esperanza»

UNA CUARESMA LLENA DE ESPERANZA

Carta del Obispo a todos los diocesanos de Alcalá de Henares

28 de febrero de 2025

Queridos diocesanos de Alcalá de Henares:

Con la imposición de la ceniza, el próximo miércoles comenzamos un nuevo tiempo de Cuaresma. Aprovechemos bien este tiempo de gracia para celebrar bien dispuestos la Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. Como decía el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Deus caritas est, el Cristianismo no es una ideología, ni siquiera es un sistema ético. El Cristianismo es un acontecimiento, es el encuentro con la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. El encuentro con Cristo cambia nuestra vida, nuestra manera de enjuiciar los acontecimientos y nuestra jerarquía de valores. Se puede decir que uno no es cristiano hasta que no se encuentra con Cristo, y recibe a Cristo en la fe. En ese momento se percibe cuánto ama Dios al mundo. La manifestación de Dios al mundo, que comenzó en la creación y se hizo historia con el pueblo de Israel, llega a su culmen con la Encarnación del Hijo de Dios, que entregó su vida en la Cruz para reconciliarnos con Dios y entre nosotros.

La Cuaresma es un tiempo para mirar a Cristo y redescubrir en Él el inmenso amor que Dios nos tiene: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo, para que quien crea en Él no se pierda y tenga vida eterna” (Jn 3,16). Cuando uno experimenta el inmenso amor que Dios nos tiene, siente la necesidad de cambiar muchas cosas de su vida. A esto lo llamamos conversión. Convertirse es cambiar de mentalidad y de rumbo. Consiste en volver a Dios, del que nos alejamos cuando perseguimos ideales materialistas y hedonistas, que nos hacen caer en la idolatría del dinero, del poder o del placer. Cuanto más se aleja de Dios, el hombre más se deshumaniza y se hace esclavo de su egoísmo. Por eso necesitamos conversión, volvernos a Dios. Este camino de conversión se renueva cada año el miércoles de ceniza, cuando el sacerdote, al imponernos la ceniza, nos dice: “conviértete y cree en el Evangelio”. Estemos atentos. La conversión es para todos. Muchas veces los que estamos más cerca de la Iglesia somos los que necesitamos mayor conversión, ya que el pecado se infiltra también en nuestros corazones cuando vivimos nuestra fe de manera tibia, sin autenticidad ni radicalismo.

La Iglesia nos propone un triple itinerario de conversión, que conocemos bien. El primer itinerario es la oración. En el mundo de las prisas, del estrés, de la productividad y del consumismo, la oración parece no tener cabida. Dedicar tiempos exclusivamente para estar con Dios nos parece que no tiene sentido, que es una pérdida de tiempo. Y, sin embargo, cuánto necesitamos estos tiempos de sosiego, de contacto con Dios, para no perder el verdadero sentido de la vida. Sin oración no tendremos nunca la fuerza suficiente para resistir las tentaciones del orgullo y del egoísmo.

El segundo itinerario es el ayuno. Ayunar significa privarse de algo de manera que haya más espacio para Dios y para los demás. Implica no satisfacer algunas necesidades, para aprender a jerarquizar lo que es absoluto y lo que es relativo, sin invertir los términos. El hombre contemporáneo no entiende de privaciones. Somos esclavos de lo efímero, de la gratificación inmediata y perdemos el sentido de lo espiritual, de lo intangible y lo eterno. Necesitamos el ayuno para ser menos materialistas y para abrirnos a la lógica del don, de la espera, del sacrificio por amor. Un hombre que no sabe ayunar de algo alguna vez, acaba siendo esclavo de sus pasiones.

Y el tercer itinerario es la limosna. Una limosna que no es solo dar dinero, sino dar también nuestro tiempo, nuestro cariño y nuestra palabra de aliento. En un mundo tan individualista y competitivo como el nuestro, la limosna es cada vez más necesaria. En la era de la globalización, se globaliza también la indiferencia hacia los demás, especialmente hacia los más desfavorecidos. La limosna es hoy más urgente que nunca: visitar a los enfermos, cuidar de las personas mayores, poner nuestras cualidades al servicio de los demás. Quien no vive para servir, al final no sirve para vivir. Una vida replegada en los propios intereses es una vida insatisfecha, ya que hemos sido creados por amor y con la esencial vocación de amar. Quien no aprende a amar, olvidándose muchas veces de uno mismo, fracasa en lo más radical de su vocación como ser humano en el mundo.

Recorriendo estos tres caminos de oración, ayuno y limosna, os deseo a todos una feliz y santa Cuaresma. La Virgen María es nuestra compañera de camino. Que Ella nos enseñe a vivir esta cuarentena como un tiempo de conversión y de renovación personal y comunitaria. Si todos nos tomáramos en serio la Cuaresma, nuestro mundo sería otro en el momento de llegar a la Pascua. Merece la pena intentarlo.

No dejemos de pedir por la salud y la pronta recuperación del Papa Francisco. Os animo a leer su mensaje para esta Cuaresma, en el que nos invita caminar juntos en la esperanza. Este año, la gracia del Jubileo se une y potencia la gracia de la Cuaresma. No dejemos que el pesimismo o el miedo nos paralicen. Pongámonos en camino, con esperanza y espíritu de comunión. El Papa nos pide ser “artesanos de unidad”. Es una hermosa expresión. Vamos en la misma dirección, caminamos hacia la misma meta, acojámonos unos a otros con amor y paciencia.

Recibid mi saludo y mi bendición.

+ Antonio Prieto Lucena
Obispo complutense