“(…) sería muy oportuno el que los Ordinarios [Obispos diocesanos, etc.], siguiendo la antigua y luminosa tradición de la Iglesia, se cuidaran de devolver su antigua dignidad a las bibliotecas, catedrales, colegiales y parroquiales.
Bibliotecas estas eclesiásticas que, no obstante las muchas expoliaciones y destrucciones sufridas, poseen con frecuencia una preciosa herencia así de documentos como de códices manuscritos o de libros impresos, «testimonio muy preclaro, en verdad, de la gran actividad y autoridad de la Iglesia, así como de la fe y piedad de nuestros mayores, de sus estudios y de su refinada distinción». Que jamás estas bibliotecas sean consideradas como abandonados almacenes de libros, sino que presenten más bien una organización viva, de suerte que haya en ellas una sala dedicada a la consulta y estudio de libros. Pero, sobre todo, que dichas bibliotecas se hallen puestas al día, cuidando de proveerlas con toda clase de publicaciones, singularmente de las que tocan a las cuestiones religiosas y sociales de nuestro tiempo.” (Exhortación Apostólica Menti Nostrae. 23-11-1950. Pío XII)