Sobre «la ambigüedad»
Marten van Valckenborch, La Torre de Babel
Presentación de la sección:
El
Santo Padre el Papa Francisco nos enseña orando: «donde hay ambigüedad, haz que
llevemos claridad» (24-1-2018).
Y también advierte sobre la desinformación: «la desinformación –decir la mitad y no decir la otra mitad–» (30-11-2015).
Y aclara: «no se puede
entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar
el bien
para complacer al otro» (28-4-2017).
El diccionario de la Real Academia Española define «ambigüedad» como «calidad de ambiguo»; y «ambiguo», en su primera
acepción, es definido como: «Dicho especialmente
del lenguaje: Que puede entenderse de varios modos o admitir distintas
interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre
o confusión».
Por su parte, el Papa San Juan XXIII ya en 1960 escribía: «¿No es prácticamente la vida actual una rebelión contra el
quinto,
sexto, séptimo y octavo mandamientos: "No matarás, no serás impuro, no
robarás, no levantarás falsos testimonios"? Es como una actual
conjuración
diabólica contra la verdad. (…)» (22-12-1960).
«La Iglesia se siente interpelada continuamente
por el Maestro para
anunciar la novedad pascual de su Evangelio, respondiendo así al
mandato de
Jesús de anunciarlo a toda criatura (cf. Mc 16, 15). Pero esta
misión
profética, que despierta la fe y la conciencia del pueblo cristiano,
debe
comprometer y responsabilizar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia y
llegar
a todos los campos de la actividad humana y, en particular, a la
familia, la
juventud y la cultura.
Para ello, el mensaje debe ser claro y
preciso: el
anuncio explícito y profético del Señor resucitado, realizado con la “
parresía
” apostólica (cf. Hch 5, 28-29; cf. Redemptoris
missio, 45), de suerte que la palabra de vida se convierta
en una adhesión personal a Jesús, Salvador del hombre, Redentor del
mundo. En
efecto, “urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de
la fe
cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se
han de
acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido
personalmente,
una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que ha de hacerse
vida”
(Veritatis
splendor, 88).» (Papa
San Juan Pablo II, A los obispos de
Uruguay en visita «ad limina», 12-2-1994).
Como
enseña el Papa Francisco: «Dios no
se desmiente a sí mismo. Nunca. Dios no desilusiona nunca. Su voluntad
con
nosotros no es confusa, sino que es un proyecto de salvación bien
delineado:
«Dios quiere que todos los hombres sean salvados y alcancen la
conciencia de la
verdad» (1 Tm 2, 4). Por ello, no nos abandonamos al fluir de
los
eventos con pesimismo, como si la historia fuera un tren del que se ha
perdido
el control. La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de
cristianos
levantar los hombros o bajar la cabeza ante un destino que nos parece
ineludible.» (Audiencia general,
11-10-2017).
Así pues, como
propuesta a la libertad de nuestros lectores, y desde el más exquisito
respeto
hacia todas las personas, se introduce en esta nueva sección, a la luz del
Magisterio de la Iglesia, una primera aproximación al tema de «la ambigüedad».

El Greco, Santos Pedro y Pablo
«En efecto, nuestras cartas no son ambiguas:
no hay en ellas más de lo que ustedes pueden leer y entender»
(2 Cor, 1, 13)
A modo de
primera introducción:
Catecismo de
la Iglesia Católica
«Ante
Pilato, Cristo proclama que
había “venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,
37). El
cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm
1,
8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano
debe
profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe
guardar
una “conciencia limpia ante Dios y ante los hombres” (Hch 24,
16).» (n.
2471).
Papa Francisco
«Donde hay
ambigüedad, haz que llevemos claridad» (Mensaje para la LII
Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2018 - «La verdad os hará
libres (Jn
8,32). Fake news y periodismo de paz» 24-1-2018).
Papa
Benedicto XVI
«La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad:
toda la creación está marcada por la finitud, incluidos los elementos
divinizados por las antiguas mitologías: en ningún caso se confunde la
creación y el Creador, sino que existe una diferencia precisa. Con esta
clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir,
están de la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas.» (Ángelus, 15-11-2009).
Papa San Juan Pablo II
«Es
preciso
denunciar con coherencia y valentía actitudes ambiguas como
las de quien
expresa preocupantes juicios sobre la condición de muchos jóvenes, pero
favorece de hecho conductas inspiradas en el laxismo y carentes de
auténtico
sentido moral.» (Discurso al alcalde de
Roma y a los administradores capitolinos, 30-1-1997).
«Defended la auténtica doctrina contra los
silencios sospechosos, las ambigüedades engañosas, las reducciones
mutiladoras,
las relecturas subjetivas, las desviaciones que amenazan la integridad
y la
pureza de la fe.» (Discurso a un grupo de
obispos españoles in visita «ad limina Apostolorum», 17-10-1986).
Papa San Pablo VI
«La solicitud por acercarse a los hermanos
no debe traducirse en una atenuación o en una disminución de la verdad.
Nuestro
diálogo no puede ser una debilidad respecto al compromiso con nuestra
fe. El
apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo
respecto a
los principios de pensamiento y de acción que deben definir nuestra
profesión
cristiana. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de
escepticismo
respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos
predicar. Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede
ser
eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación
cristiana
puede estar inmunizado contra el contagio de los errores con los que se
pone en
contacto.» (Encíclica Ecclesiam Suam,
n. 40, 6-8-1964).
Papa
San Juan XXIII
«Es
culpable no solamente quien desfigura deliberadamente la verdad, sino
que lo es
también aquel que, por no aparecer completo y moderno, la traiciona por
la
ambigüedad de su actitud. (…)
El
antidecálogo
Pensar, honrar,
decir y practicar la verdad. Proclamando estas exigencias básicas de la
vida
humana y cristiana, una pregunta surge del corazón a los labios: ¿Dónde
está en
la tierra el respeto a la verdad? No estamos, a veces, e incluso muy
frecuentemente, ante un antidecálogo desvergonzado e insolente que ha
abolido
el no, ese "no" que precede a la formulación neta y precisa de los
cinco mandamientos de Dios que vienen después de "honra a tu padre y a
tu
madre"? ¿No es prácticamente la vida actual una rebelión contra el
quinto,
sexto, séptimo y octavo mandamientos: "No matarás, no serás impuro, no
robarás, no levantarás falsos testimonios"? Es como una actual
conjuración
diabólica contra la verdad. (…)» (Radiomensaje
de Navidad, 22-12-1960).
Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares
«Caridad
en la Verdad: las personas merecen amor, respeto, misericordia,
acogida; pero las ideas, las palabras, las inclinaciones y las acciones
cuando son erradas deben ser desenmascaradas con claridad meridiana.
Satanás es el rey de la confusión y de la ambigüedad, forma parte de su
estrategia» (Carta de agradecimiento, 17-10-2014)
Algunos otros textos del Magisterio de la
Iglesia Católica con referencias a la
ambigüedad
Catecismo
de la
Iglesia Católica
«En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el
sentido original
de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al
comienzo: la
autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión
a la
dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del
hombre y la
mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que
no
lo separe el hombre" (Mt 19,6).» (n. 1614).
Papa Francisco
«Donde hay
ambigüedad, haz que llevemos claridad» (Mensaje para la LII
Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2018 - «La verdad os hará
libres (Jn
8,32). Fake news y periodismo de paz» 24-1-2018).
«Como la Iglesia de Laodicea,
conocemos quizá la tibieza del compromiso, la indecisión calculada, la
insidia
de la ambigüedad. Sabemos que precisamente sobre estas actitudes se
abate la
condena más severa.» (Discurso en la
apertura de la 70 Asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana,
22-5-2017).
«El deber de
la identidad,
porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la
ambigüedad o de
sacrificar el bien para complacer al otro» (Viaje
apostólico a Egipto: Discurso a los participantes en la Conferencia
Internacional para la Paz, 28-4-2017).
Papa
Benedicto XVI
«En efecto, ¿cómo es posible pretender
conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma
salvaguardia
del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más
débiles,
empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida,
especialmente
en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo,
a la
paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia
falsos
derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y
relativista del
ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas
a
favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el
derecho
fundamental a la vida.» (Mensaje de la XLVI
Jornada Mundial de la Paz 2013,
Bienaventurados los que trabajan por la paz, 8-12-2012).
«En realidad, el hombre separado de Dios
se reduce a una sola dimensión, la dimensión horizontal, y precisamente
este
reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos
que en
el siglo pasado han tenido consecuencias trágicas, así como de la
crisis de
valores que vemos en la realidad actual. Ofuscando la referencia a
Dios, se ha
oscurecido también el horizonte ético, para dejar espacio al
relativismo y a
una concepción ambigua de la libertad que en lugar de ser liberadora
acaba
vinculando al hombre a ídolos.» (Audiencia
general,14-11-2012).
«Estáis llamados a vivir y perfeccionar
hoy en día la comunión, con vistas a un testimonio valiente y sin
ambigüedades.» (Ecclesia in Medio
Oriente: Exhortación Apostólica Postsinodal sobre la Iglesia en Oriente
Medio,
comunión y testimonio, 14-9-2012).
«La postura de la Iglesia no admite
ambigüedad alguna por lo que se refiere al aborto. El niño en el seno
materno
es una vida humana que se ha de proteger. El aborto, que consiste en
eliminar a
un inocente no nacido, es contrario a la voluntad de Dios, pues el
valor y la
dignidad de la vida humana debe ser protegida desde la concepción hasta
la
muerte natural.» (Africae munus:
Exhortación apostólica postsinodal sobre la Iglesia en África al
servicio de la
reconciliación, la justicia y la paz, 19-11-2011).
«El compromiso de la Iglesia con la
sociedad civil está fundado en la convicción de que el progreso humano,
tanto
el de los individuos como el de las comunidades, depende del
reconocimiento de
la vocación sobrenatural de toda persona. Es de Dios de quien los
hombres y las
mujeres reciben su dignidad esencial (cf. Gn 1, 27) y la
capacidad de
buscar la verdad y la bondad. Desde esta amplia perspectiva podemos
afrontar
tendencias al pragmatismo y al consecuencialismo, tan dominantes hoy,
que sólo
se ocupan de los síntomas y los efectos de los conflictos, de la
fragmentación
social y de la ambigüedad moral, en lugar de buscar sus causas. Cuando
sale a
la luz la dimensión espiritual de la humanidad, el corazón y la mente
de las
personas se vuelve hacia Dios y hacia las maravillas de la vida humana:
el ser
mismo, la verdad, la belleza, los valores morales y las demás personas.
De esta
forma se puede encontrar un fundamento seguro para unir a la sociedad y
para
sostener una visión de esperanza.» (Discurso
al Embajador de Australia ante la Santa Sede, 12-2-2009).
«Él [Dios] ya no está lejos. No es
desconocido. No es inaccesible a nuestro corazón. Se ha hecho niño por
nosotros
y así ha disipado toda ambigüedad.» (Homilía
en la Misa de Nochebuena, 24-12-2006).
«No se puede prescindir tampoco de la
relación con las demás religiones, la cual sólo resulta constructiva si
evita
toda ambigüedad que de algún modo debilite el contenido esencial de la
fe
cristiana en Cristo único Salvador de todos los hombres (cf. Hch
4, 12)
y en la Iglesia, sacramento necesario de salvación para toda la
humanidad (cf.
declaración Dominus
Iesus, nn. 13-15; 20-22: AAS 92 [2000]
742-765).» (Discurso durante la Visita a la Pontificia
Universidad Gregoriana, 3-11-2006).
Papa
San Juan Pablo II
«La doctrina social de la Iglesia ilumina
con la luz de la Revelación los valores fundamentales de una
convivencia humana
ordenada y solidaria, rescatándolos de oscurecimientos y ambigüedades.
Los
cristianos laicos, abiertos a la acción de la gracia de Dios, son el
instrumento vivo para que esos valores puedan llegar a impregnar
eficazmente la
historia.» (Discurso a los participantes
en el Congreso de la Fundación vaticana "Centesimus annus, pro
Pontifice", 4-12-2004).
«Especialmente en una cultura del
"aquí y ahora", los obispos deben destacar como profetas, testigos
y servidores intrépidos de la esperanza de Cristo (cf. Pastores
gregis,
3). Al proclamar esta esperanza, que brota de la cruz, espero que guiéis
a
los hombres y mujeres desde las sombras de la confusión moral y el modo
de
pensar ambiguo hacia el esplendor de la verdad y del amor de Cristo.
En
efecto, sólo mediante la comprensión del destino final -la vida eterna
en el
cielo- pueden explicarse las numerosas alegrías y ctristezas de cada
día,
permitiendo a las personas afrontar el misterio de su vida con
confianza (cf. Fides
et ratio, 81).» (Discurso
a la Conferencia episcopal de Australia con ocasión de su visita "ad
Limina Apostolorum", 26-3-2004).
«Pero la luz que emana de la gruta de
Belén ilumina también, y de modo implacable, las ambigüedades y los
fracasos de
nuestras iniciativas.» (Discurso al
Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 10-1-2002).
«En la Catedral Metropolitana de
Montevideo, durante mi primera visita pastoral al Uruguay, decía:
"Señor,
(...) hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y
auténtica sobre
tu persona, sobre la Iglesia que tú fundaste, sobre el hombre y sobre
el mundo
que tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades" (Alocución,
31-3-1987, 3). En efecto, no basta promover "los llamados «valores del
Reino», como son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad" (Redemptoris
missio, 17), sino que se debe proclamar que "Cristo es el único
mediador entre Dios y los hombres (...). Esta mediación suya única y
universal,
(...) es la vía establecida por Dios mismo" (ibíd, 5).» (Discurso a los miembros de la Conferencia
Episcopal de Uruguay en visita "ad limina Apostolorum", 6-9-2001).
«Es necesario un humanismo en el que el
horizonte de la ciencia y el de la fe ya no estén en conflicto.
Sin embargo, no podemos contentarnos con un
acercamiento ambiguo, como el que
favorece una cultura que duda de la capacidad de la razón de alcanzar
la
verdad. Por este camino se corre el riesgo del equívoco de una fe
reducida
al sentimiento, a la emoción, al arte, en síntesis, una fe privada
de todo
fundamento crítico. Pero esta no sería la fe cristiana, que, por el
contrario,
exige una adhesión razonable y responsable a cuanto Dios ha revelado en
Cristo.» (Discurso en el Jubileo de los
profesores universitarios, 9-9-2000).
«El compromiso incondicional en favor de
toda vida por nacer, que la Iglesia asume ya desde el comienzo, no
permite
ninguna ambigüedad o componenda. Acerca de este punto, la Iglesia debe
hablar, siempre
y en todo lugar, con palabras y obras, con un lenguaje único e
idéntico.» (Carta a los Obispos Alemanes, 3-6-1999).
«Se ha de tener
presente que uno de los elementos más importantes de nuestra condición
actual
es la « crisis del sentido ». Los puntos de vista, a menudo de carácter
científico, sobre la vida y sobre el mundo se han multiplicado de tal
forma que
podemos constatar como se produce el fenómeno de la fragmentariedad del
saber.
Precisamente esto hace difícil y a menudo vana la búsqueda de un
sentido. Y, lo
que es aún más dramático, en medio de esta baraúnda de datos y de
hechos entre
los que se vive y que parecen formar la trama misma de la existencia,
muchos se
preguntan si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido.
La pluralidad
de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de
ver y de
interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar
esta duda
radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de
indiferencia o en las diversas manifestaciones del nihilismo.
La consecuencia
de esto es que a menudo el espíritu humano está sujeto a una forma de
pensamiento ambiguo, que lo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo,
dentro
de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo
trascendente. Una filosofía carente de la cuestión sobre el sentido de
la
existencia incurriría en el grave peligro de degradar la razón a
funciones
meramente instrumentales, sin ninguna auténtica pasión por la búsqueda
de la
verdad.» n. 81 (Encíclica Fides et ratio,
14-9-1998).
«La sociedad debe tomar cada vez
conciencia más clara de que la libertad, si se aleja del respeto debido
al ser
humano y a sus derechos y deberes fundamentales, es sólo un vocablo
vacío o
incluso peligrosamente ambiguo» (Discurso
al nuevo Embajador de España ante la Santa Sede, 10-1-1997).
«En las diferentes actividades de su
ministerio, los sacerdotes deben tener muy presente que los fieles
tienen
derecho a que se les enseñe el contenido integral de la Revelación y la
doctrina de la Iglesia, evitando cuidadosamente relecturas subjetivas
del
mensaje cristiano, ambigüedades engañosas o silencios sospechosos que
pueden
suscitar desorientación y amenazar la pureza de la fe. Estos criterios
han de
ser observados también por aquellos presbíteros que hablan en nombre de
la
Iglesia en los medios de comunicación social.» (Discurso a
los obispos de Costa Rica en visita «ad limina»,
19-2-1994).
«El
martirio, exaltación de la santidad inviolable de la ley de Dios
90. La relación entre fe y moral resplandece
con toda
su intensidad en el respeto incondicionado que se debe a las
exigencias
ineludibles de la dignidad personal de cada hombre, exigencias
tuteladas
por las normas morales que prohíben sin excepción los actos
intrínsecamente
malos. La universalidad y la inmutabilidad de la norma moral
manifiestan y, al
mismo tiempo, se ponen al servicio de la absoluta dignidad personal, o
sea, de
la inviolabilidad del hombre, en cuyo rostro brilla el esplendor de
Dios (cf. Gn 9, 5-6).
El no poder aceptar las teorías éticas
«teleológicas»,
«consecuencialistas» y «proporcionalistas» que niegan la existencia de
normas
morales negativas relativas a comportamientos determinados y que son
válidas
sin excepción, halla una confirmación particularmente elocuente en el
hecho del
martirio cristiano, que siempre ha acompañado y acompaña la vida de la
Iglesia.
91. Ya en la antigua alianza encontramos
admirables
testimonios de fidelidad a la ley santa de Dios llevada hasta la
aceptación
voluntaria de la muerte. Ejemplar es la historia de Susana: a
los dos
jueces injustos, que la amenazaban con hacerla matar si se negaba a
ceder a su
pasión impura, responde así: «¡Qué aprieto me estrecha por todas
partes! Si
hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de
vosotros. Pero
es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar
delante del
Señor» (Dn 13, 22-23). Susana, prefiriendo morir inocente en
manos de los jueces, atestigua no sólo su fe y confianza en Dios sino
también
su obediencia a la verdad y al orden moral absoluto: con su
disponibilidad al
martirio, proclama que no es justo hacer lo que la ley de Dios califica
como
mal para sacar de ello algún bien. Susana elige para sí la mejor
parte:
un testimonio limpidísimo, sin ningún compromiso, de la verdad y del
Dios de
Israel, sobre el bien; de este modo, manifiesta en sus actos la
santidad de
Dios.
En los umbrales del Nuevo Testamento, Juan
el
Bautista, rehusando callar la ley del Señor y aliarse con el mal, murió
mártir de la verdad y la justicia142 y
así fue precursor del Mesías incluso
en el martirio (cf. Mc 6, 17-29). Por esto, «fue encerrado en
la
oscuridad de la cárcel aquel que vino a testimoniar la luz y que de la
misma
luz, que es Cristo, mereció ser llamado lámpara que arde e ilumina... Y
fue
bautizado en la propia sangre aquel a quien se le había concedido
bautizar al
Redentor del mundo» 143.
En la nueva alianza se encuentran numerosos
testimonios de seguidores de Cristo —comenzando por el diácono
Esteban
(cf. Hch 6, 8 - 7, 60) y el apóstol Santiago (cf. Hch 12,
1-2)—
que murieron mártires por confesar su fe y su amor al Maestro y por no
renegar
de él. En esto han seguido al Señor Jesús, que ante Caifás y Pilato,
«rindió
tan solemne testimonio» (1 Tm 6, 13), confirmando la verdad de
su
mensaje con el don de la vida. Otros innumerables mártires aceptaron
las
persecuciones y la muerte antes que hacer el gesto idolátrico de quemar
incienso ante la estatua del emperador (cf. Ap 13, 7-10).
Incluso rechazaron
el simular semejante culto, dando así ejemplo del rechazo también de un
comportamiento concreto contrario al amor de Dios y al testimonio de la
fe. Con
la obediencia, ellos confían y entregan, igual que Cristo, su vida al
Padre,
que podía liberarlos de la muerte (cf. Hb 5, 7).
La Iglesia propone el ejemplo de numerosos santos
y
santas, que han testimoniado y defendido la verdad moral hasta el
martirio
o han prefirido la muerte antes que cometer un solo pecado mortal.
Elevándolos
al honor de los altares, la Iglesia ha canonizado su testimonio y ha
declarado
verdadero su juicio, según el cual el amor implica obligatoriamente el
respeto
de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y el
rechazo de
traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la propia vida.
92. En el martirio, como confirmación de la
inviolabilidad del orden moral, resplandecen la santidad de la ley de
Dios y a
la vez la intangibilidad de la dignidad personal del hombre, creado a
imagen y
semejanza de Dios. Es una dignidad que nunca se puede envilecer o
contrastar,
aunque sea con buenas intenciones, cualesquiera que sean las
dificultades.
Jesús nos exhorta con la máxima severidad: «¿De qué le sirve al hombre
ganar el
mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8, 36).
El martirio demuestra como ilusorio y falso
todo significado
humano que se pretendiese atribuir, aunque fuera en condiciones
excepcionales, a un acto en sí mismo moralmente malo; más aún,
manifiesta
abiertamente su verdadero rostro: el de una violación de la
«humanidad» del
hombre, antes aún en quien lo realiza que no en quien lo padece 144.
El martirio es, pues, también exaltación de
la perfecta humanidad y de la verdadera vida de la
persona, como
atestigua san Ignacio de Antioquía dirigiéndose a los cristianos de
Roma, lugar
de su martirio: «Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no
queráis
que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré
hombre en
pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios» 145.
93. Finalmente, el martirio es un signo
preclaro de
la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios,
atestiguada
con la muerte es anuncio solemne y compromiso misionero «usque ad
sanguinem»
para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las
costumbres y en
la mentalidad de las personas y de la sociedad. Semejante testimonio
tiene un
valor extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino
incluso
dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis
más
peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del
mal, que
hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y
de las
comunidades. Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en
la
Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinador de una vida
transfigurada
totalmente por el esplendor de la verdad moral, iluminan cada época de
la
historia despertando el sentido moral. Dando testimonio del bien, ellos
representan un reproche viviente para cuantos transgreden la ley (cf. Sb
2,
2) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta:
«¡Ay,
los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y
luz por
oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5,
20).
Si el martirio es el testimonio culminante de
la
verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no
obstante un
testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar
dispuestos a dar
cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. En
efecto,
ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más
ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano,
implorando
con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces
heroica.
Le sostiene la virtud de la fortaleza, que —como enseña san Gregorio
Magno— le
capacita a «amar las dificultades de este mundo a la vista del premio
eterno» 146.
94. En el dar testimonio del bien moral
absoluto los
cristianos no están solos. Encuentran una confirmación en el
sentido moral
de los pueblos y en las grandes tradiciones religiosas y sapienciales
del
Occidente y del Oriente, que ponen de relieve la acción interior y
misteriosa
del Espíritu de Dios. Para todos vale la expresión del poeta latino
Juvenal:
«Considera el mayor crimen preferir la supervivencia al pudor y, por
amor de la
vida, perder el sentido del vivir» 147.
La voz de la conciencia ha recordado siempre
sin ambigüedad que hay verdades y valores morales por los cuales se
debe estar
dispuestos a dar incluso la vida. En la palabra y sobre todo en el
sacrificio
de la vida por el valor moral, la Iglesia da el mismo testimonio de
aquella
verdad que, presente ya en la creación, resplandece plenamente en el
rostro de
Cristo: «Sabemos —dice san Justino— que también han sido odiados y
matados
aquellos que han seguido las doctrinas de los estoicos, por el hecho de
que han
demostrado sabiduría al menos en la formulación de la doctrina moral,
gracias a
la semilla del Verbo que está en toda raza humana» 148.»
(Encíclica
Veritatis Splendor, 6-8-1993).
«La Iglesia lo que tiene que comunicar,
clara e íntegramente, es la verdad de Cristo y de su Evangelio:
ésta es
la única verdad liberadora y salvadora, no la que proviene de
ideologías
ambiguas» (Discurso al Consejo General de
la Pontificia Comisión para la América Latina -CAL, 28-4-1987).
«Os aliento, amadísimos, a formar a los
futuros sacerdotes en una fe firme, que los capacite para ser,
en este
mundo nuestro tan secularizado, “hombres de Dios”, verdaderos
creyentes
en Cristo; sin posturas ambiguas que puedan desvirtuar el sentido
verdadero del
misterio divino, sin el cual apenas puede comprenderse qué es el
sacerdocio.» (Discurso a una peregrinación del clero
español, 30-3-1987).
«Sé bien que el ejercicio del ministerio
episcopal requiere muchos esfuerzos y abnegación, como también y
principalmente
la estrecha unión entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, porque el
gobierno
pastoral ha de expresarse en lo doctrinal en orientaciones claras,
precisas,
exentas de ambigüedad y de vacilaciones, sobre todo en aquellos asuntos
en los
que los fieles necesitan una palabra esclarecedora. A este propósito
viene a mi
mente el retrato del buen Pastor que nos dejó Pablo VI
en la
“Evangelii Nuntiandi”: “El predicador del evangelio será aquel que, aun
a costa
de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir
a los
demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a
los
hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar .
. .
Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que
guardemos,
defendamos y comuniquemos la verdad, sin reparar en sacrificios” (Evangelii
Nuntiandi, 78).» (Discurso
a los obispos de Perú en visita «ad limina Apostolorum»,
4-10-1984).
«La tarea del
teólogo lleva pues el carácter de misión eclesial, como participación
en la
misión evangelizadora de la Iglesia y como servicio preclaro a la
comunidad
eclesial.
Aquí se funda la
grave responsabilidad del teólogo, quien debe tener siempre presente
que el
Pueblo de Dios, y ante todo los sacerdotes que han de educar la fe de
ese
Pueblo, tienen el derecho a que se les explique sin ambigüedades ni
reducciones
las verdades fundamentales de la fe cristiana. “Hemos de confesar a
Cristo ante
la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida y vivida,
como la
confesó Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esta es
la Buena
Noticia, en cierto sentido única: la Iglesia vive por ella y para ella,
así
como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres” (Discurso
en la inauguración de la III Conferencia general del episcopado
latinoamericano
en Puebla, I, 3, 28 de enero de 1979: Insegnamenti
di
Giovanni Paolo II, II [1979] 192). “Debemos servir a los
hombres y
mujeres de nuestro tiempo. Debemos servirles en su sed de verdades
totales; sed
de verdades últimas y definitivas, sed de la Palabra de Dios, sed de
unidad
entre los cristianos” (Discurso
en la universidad Gregoriana de Roma, 6, 15 de diciembre
de
1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 [1979] 1424).» (Discurso a los profesores de teología en la
Universidad Pontificia de Salamanca, 1-11-1982).
«El obispo ha de prestar tal servicio a la
verdad y a la fe cristiana sin ambigüedades.» (Discurso a la Asamblea plenaria
de la Conferencia Episcopal Española, Madrid, 31-10-1982).
«Muchas veces la verdad puede desconcertar
a la razón y, sobre todo, al instinto que tiende a la satisfacción
inmediata y
sin escrúpulos. Y sin embargo, la verdad es la que ha revelado Jesús y
enseña
el Magisterio auténtico de la Iglesia. La verdad no cambia por mucho
que cambie
continuamente la historia. Hay que tener la valentía de la verdad y
eliminar
las reticencias, ambigüedades, subterfugios e interpretaciones confusas
y
desleídas que producen malestar en las almas y las dejan perplejas y
desorientadas. Los errores pasan; la verdad permanece. Pero anunciar y
practicar toda la verdad, cuesta a veces. Ya lo había anunciado Cristo
hablando
del camino tortuoso y pedregoso, de la puerta estrecha y de la cruz
cotidiana.
Pero la verdad ilumina y salva: "El que me sigue no anda en
tinieblas" (Jn 8, 12).» (Discurso
a una peregrinación de la diócesis de Cremona, 23-3-1981).
«Tened presentes en vuestro corazón todas
las necesidades e interpelaciones de los hombres, y proclamad
precisamente en
eso, sin ambigüedad, las exigencias de Jesús en su totalidad. Hacedlo
porque os
importa el hombre. Sólo el hombre que es capaz de
una decisión
total y definitiva, el hombre en quien concuerdan
cuerpo y
alma, el hombre que está dispuesto a dedicar toda su energía a su
salvación,
sólo este hombre es inmune contra la secreta disgregación de la
fundamental
substancia humana.» (Discurso la
Conferencia Episcopal Alemana, Fulda, 18 de noviembre de 1980).
«El pan que necesitamos es, también, la
Palabra de Dios, porque, "no sólo de pan vive el hombre, sino de
toda
palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4 cf. Dt 8,
3).
Indudablemente, también los hombres pueden pronunciar y expresar
palabras de
tan alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los
hombres
son, a veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas;
mientras
que la Palabra de Dios está llena de verdad (cf. 2 Sam 7, 28; 1
Cor
17, 26); es recta (Sal 33, 4); es estable y permanece para
siempre (cf. Sal
119, 89; 1 Pe 1, 25).» (Homilía en la Santa misa
para los empleados de las Villas pontificias, 29-7-1979).
Papa
San Pablo VI
«Pero ¡ay! observamos con no rara
frecuencia que un humanismo bien intencionado, pero sin raíces más
hondas, sin
la garantía de una consistente y superior motivación, que descubra en
el fondo
del ser humano la dignidad inconmensurable de la imagen divina y la
presencia
del Cristo que exalta, libera, une al hombre, queda en un humanismo
débil,
parcial, ambiguo, formal, cuando no falseado.» (Homilía en
la Beatificación de María Rosa Molas y Vallvé, 8-5-1977).
«Queremos señalar finalmente otro mérito
que contribuye no poco a la utilidad y excelencia de la doctrina de
Santo
Tomás: nos referimos a su estilo literario, límpido, sobrio, preciso,
forjado
en el ejercicio de la enseñanza, en la discusión y en la redacción de
sus
obras. Baste repetir a este propósito lo que se leía en la antigua
liturgia
dominica en la fiesta del Aquinate: Stilus brevis, grata facundia;
celsa,
firma, clara sententia (Estilo conciso, exposición agradable,
pensamiento
profundo, denso, claro)[32].
No es ésta la última razón de la utilidad
de acudir a Santo Tomás en un tiempo como el nuestro, en el que a
menudo se
emplea un lenguaje o demasiado complicado y retorcido, o demasiado
tosco y
vulgar, o incluso tan ambiguo que no sirve ni de vehículo del
pensamiento, ni
de mediador entre los que están llamados al intercambio y comunión en
la
verdad.» (Carta Lumen Ecclesiae en el VII
centenario de la muerte de santo Tomás de Aquino, 20-11-1974).
Papa San Juan
XXIII
«(..) PENSAR,
HONRAR, DECIR Y PRACTICAR LA VERDAD
Pero he aquí que
el creyente se encuentra de cara a la verdad que se impone con dulzura
y
firmeza.
Las palabras de
Cristo sitúan, en efecto, a todo hombre de cara a su responsabilidad;
se trata
de aceptar o de rehusar la verdad invitando a cada uno, con fuerza
persuasiva,
a permanecer en la verdad, a. alimentar sus pensamientos personales de
verdad,
a obrar según la verdad.
Este mensaje de
augurio que os queremos dirigir es, por tanto, una invitación solemne a
vivir
según el cuádruple deber de pensar, de honrar, de decir y de practicar
la
verdad. Tal deber deriva de manera clara e indiscutible de las palabras
del
Libro Santo que os hemos recordado, de la armonía, plena de resonancias
a la
vez dulces y severas, del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Ante todo, pues,
se ha de pensar con verdad, tener ideas claras sobre las
grandes
realidades divinas y humanas, de la redención y de la Iglesia, de la
moral y
del derecho, de la filosofía y del arte, tener ideas justas o procurar
formarse
en ellas concienzudamente y con lealtad.
Desgraciadamente
se ve casi todos los días plantear o discutir las cuestiones con una
ligereza
desconcertante, fruto —lo menos que se puede decir— de la falta de
preparación.
De ahí que en un reciente discurso sobre la familia hayamos invitado "a
todos aquellos que tienen deseos y medios de actuar sobre la opinión
pública
para que no intervengan nunca si no es para aclarar las ideas y no para
confundirlas, para observar la corrección, respeto" (A
la Sagrada Rota Romana, 25 de octubre de 1960).
Honrar la
verdad es una invitación a ser un ejemplo más luminoso en todos los
sectores de la vida, individual, familiar, profesional y social. La
verdad nos
hace libres. Ennoblece a quien la profesa abiertamente y sin respeto
humano.
¿Por qué, pues, tener miedo de honrarla y de hacerla respetar? ¿Por qué
rebajarse a acomodaciones con la propia conciencia, a aceptar
compromisos en
evidente contraste con la vida y la práctica cristianas cuando aquel
que tiene
la verdad debería estar convencido de tener consigo la luz que disipa
toda
obscuridad y la fuerza enorme que puede transformar al hombre? Es
culpable no
solamente quien desfigura deliberadamente la verdad, sino que lo es
también
aquel que, por no aparecer completo y moderno, la traiciona por la
ambigüedad
de su actitud.
Honrad, pues, la
verdad mediante la firmeza, el valor, la conciencia de quien posee
fuertes
convicciones.
Además, decir la
verdad, ¿no es la admonición de la madre que pone en guardia a su hijo
contra
las mentiras, la primera escuela de verdad que crea hábito, costumbre
adquirida
desde los primeros años, que se convierte en una segunda naturaleza y
prepara
al hombre de honor, al cristiano perfecto, a la palabra pronta y franca
y, si
es necesario, al valor del martirio y del confesor de la fe? Tal es el
testimonio que el Dios de la verdad pide a cada uno de sus hijos.
Por último, practicar
la verdad: ella es la luz en la que toda persona debe sumergirse y
la que
da el valor a cada una de las acciones de la vida. Es la caridad que
mueve a
ejercer el apostolado de la verdad para conocer, para defender los
derechos,
para formar las almas —especialmente las almas sinceras y generosas de
la
juventud—, a dejarse impregnar de ella hasta las más íntimas fibras.
El
antidecálogo
Pensar, honrar,
decir y practicar la verdad. Proclamando estas exigencias básicas de la
vida
humana y cristiana, una pregunta surge del corazón a los labios: ¿Dónde
está en
la tierra el respeto a la verdad? No estamos, a veces, e incluso muy
frecuentemente,
ante un antidecálogo desvergonzado e insolente que ha abolido el no,
ese
"no" que precede a la formulación neta y precisa de los cinco
mandamientos de Dios que vienen después de "honra a tu padre y a tu
madre"? ¿No es prácticamente la vida actual una rebelión contra el
quinto,
sexto, séptimo y octavo mandamientos: "No matarás, no serás impuro, no
robarás, no levantarás falsos testimonios"? Es como una actual
conjuración
diabólica contra la verdad. (…)» (Radiomensaje
de Navidad, 22-12-1960).
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Papa Francisco
“En
efecto, precisó el Papa, «el testimonio es sin condiciones, debe ser
firme,
debe ser decidido, debe tener el lenguaje, tan fuerte, de Jesús: ¡sí
sí, no
no!». Es exactamente «este el lenguaje del testimonio».” (Meditación
diaria en la Misa matutina, 30-6-2014)
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«El hombre
no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace
propio, si no participa en él vivamente.» (San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 10)
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