En la mañana de hoy, miércoles 6 de septiembre de 2023, a las 11 de la mañana, ha tenido lugar la Inauguración del nuevo curso académico de la Universidad de Alcalá, con un breve acto en el templo catedralicio de Alcalá de Henares, tras el cual la comitiva académica se ha dirigido al Paraninfo de la Universidad, donde ha tenido lugar el acto central institucional.
En el acto en la Catedral Magistral se ha leído el saludo que nuestro obispo, Mons. Prieto Lucena, –en estos días en Roma–, ha dirigido a las autoridades presentes en el templo cisneriano. En representación del Obispo han asistido D. Francisco Rodríguez, vicario general de la Diócesis de Alcalá, así como D. Juan Miguel Prim, vicario de episcopal de cultura, y D. Francisco Rupérez, delegado de pastoral universitaria y capellán de San Ildefonso.
Reproducimos a continuación el Saludo de nuestro obispo:
Sr. Rector Magnífico y autoridades de la Universidad de Alcalá, autoridades autonómicas y municipales, miembros de la comunidad universitaria, respetado auditorio:
En mi primer año como Obispo de Alcalá de Henares, lamento mucho no poder estar presente en la solemne apertura de curso de nuestra Universidad, por encontrarme en Roma atendiendo otro compromiso inaplazable. No obstante, quiero aprovechar la ocasión que se me brinda para enviarles a todos un saludo muy cordial, acompañado de los mejores augurios para el nuevo curso que comienza.
Felicito a las autoridades académicas por mantener la costumbre de inaugurar el curso en nuestra Catedral Magistral. Las primeras universidades se formaron a partir de las “escuelas catedralicias”, como expresión del renacimiento intelectual que se vivió en la edad media, en torno a la filosofía y la teología. En aquellas primeras universidades, muchos profesores y alumnos eran clérigos y el idioma común era el latín. Surgió, de esta manera, el embrión de una de las más grandes creaciones de nuestra civilización occidental: la universidad, para el cultivo del saber y para el desarrollo integral de la persona humana.
En la modernidad, este modelo de universidad medieval, basado en la transmisión de la cultura y en la elevación del alma humana, fue perdiendo vigencia para dar paso a una universidad más centrada en la tarea de ofrecer profesionales y científicos a la sociedad. Más adelante, se buscó que los profesores, además de transmitir a los alumnos los saberes profesionales ya adquiridos, se empeñaran también en la investigación, abriendo nuevas vías para el conocimiento.
En los últimos siglos, más allá de la necesaria profesionalización de los alumnos, no han faltado intentos de volver al modelo humanista de los orígenes de la universidad. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el Cardenal Newman fundó en Dublín la “Universidad Liberal”, en la que, junto a la adquisición de conocimientos, se buscaba que los alumnos aprendieran el hábito de reflexionar con una mente desapasionada, desarrollaran una moral recta, un gusto delicado por la belleza, la responsabilidad social y, en general, un comportamiento noble ante la vida. En esta misma línea, Ortega y Gasset señalaba que, a las universidades de su tiempo, más allá de las técnicas especializadas, les faltaba transmitir “cultura”.
Estimados profesores y autoridades académicas: al comienzo de un nuevo curso académico, les agradezco a todos su renovado empeño por transmitir a los alumnos no solo una capacitación profesional, sino también eso que llamamos “cultura”, porque cultiva y eleva el espíritu humano, abierto a la trascendencia. Vivimos en una época histórica marcada por la polarización, la dialéctica de bloques, el enfrentamiento, la violencia y la guerra. En este contexto, la transmisión de la cultura, en un franco diálogo con la fe, tiene mucho que aportar. Aunque sean muchas las malas hierbas que pueblan la superficie de nuestra sociedad, la buena semilla sembrada en la profundidad del corazón de los alumnos puede crecer vigorosa, en la esperanza de un futuro mejor. Todo esto no puede lograrse sin esfuerzo y excelencia. El ensayista Ramiro de Maeztu, refiriéndose al desafortunado refrán: “la letra con sangre entra”, decía que este refrán solo era cierto si “la sangre” no era la del alumno, sino la del maestro. Realmente, la “letra” entra cuando el maestro se entrega por completo a la tarea apasionante de la docencia. A todos les felicito por desempeñar esta noble tarea. Con todo respeto, reciban todos mi afecto y mi bendición.
Antonio Prieto Lucena, Obispo complutense